jueves, 1 de febrero de 2018

Ñanm, ñanm, ñanm




Sara es una niña de once años. Edad, a medias entre la niñez y la pubertad, tiempo un tanto delicado y confuso, entre la divertida ilusión y el andar a las puertas de la dura realidad. En esta etapa crítica, a la niña aún le divierte entretenerse en asuntos infantiles. Ojala Sara continúe así toda su vida, cautivada por la magia de los sueños y la firme esperanza de que lo imposible puede llegar algún día a realizarse.

La niña tiene un conejo blanco con una pinta negra alrededor del ojo derecho. Parece su mascota un cantante de rok duro con su ceja de sol negro. Tan sólo le falta la guitarra electrónica y un paño de lunares ceñido entre sus orejas danzarinas. Sara adora tanto a su mascota que no le importa soñar con elefantes alados, con vacas presumidas, ataviadas con peinetas y mantillas de Manila, con la luna vestida de lagarterana, que la llamen tonta o que le digan que ya va siendo mayor para ilusionarse con semejantes niñadas.

Hoy es sábado. Sara no tiene cole. Al despertarse, va a la cocina donde la abuela prepara la comida del mediodía. La mujer quiere sorprender a la familia con un asado de cordero al horno.

Nadie se resiste, tampoco Sara, a guardarse para sí sola, algo feliz que por dentro la desborda como un postre de fresas con nata que se escurre por el plato. La niña ha tenido un sueño agradable.

La abuela no entiende por qué sus nietos llaman al conejo, Wordekai. Nombre tan estrafalario y horrible, según ella, no se lo merece, pues el animalillo no da guerra alguna. Se pasa todo el día debajo del sofá sin molestar a nadie, o metido en su jaulón rumiando la hierba seca, o en cuclillas, frente a los cristales de la puerta de la terraza, observando tranquilo la claridad que viene de la calle. Los nietos llaman a su mascota Wordekai, por el personaje de esa peli.... La abuela no acierta a deletrear nombre tan raro, lo llama simplemente Borde, no porque el conejo sea malo, sino porque la lengua de la mujer, hecha a la antigua usanza, se niega a todo tipo de neologismos. Ahora, la abuela acaba de ver unas cuantas cagarrutas debajo de la mesa de la cocina:
¡Borde, cuántas veces tengo que decirte que has de hacer tus suciedades en la jaula!
Mientras la abuela pela las patatas, las cebollas y prepara la carne, la niña comenta con la abuela lo que ha soñado. Sara sueña con su conejo. Le pregunta la niña a Wordekai:
¿Puedes oírme, Wordekai, acaso tú conoces el lenguaje de los humanos?
El conejo levanta y agacha varias veces su cabeza, dando a entender que sí, que entiende lo que le dice la niña. Sara, para descartar que tal asentimiento es pura casualidad, fruto de un movimiento espontáneo que no tiene nada que ver con lo que ella le ha preguntado, para asegurarse bien, dice de nuevo a su mascota:
¡Wordekai, levanta una pata!
El conejo alza una de sus patas delanteras, cual un jefe de estación haciendo el alto a un tren de vía ancha.
Ahora, ¡mueve el rabo!
Wordekai ejecuta acertadamente cada una de las acciones que Sara le va ordenando. La niña está super contenta al saber que puede comunicarse con su mascota. Sara continúa charlando con el conejo:
Vamos a ver, Wordekai, sabrías decirme, por ejemplo, ¿cómo te las arreglas para reclamar la presencia de algún animal amigo tuyo con el que quieras jugar?
Sara escucha un ñanm, ñanm, ñanm que fluye de la boca del conejo como palabras llena de significado, como una contraseña capaz de dar cumplimiento al deseo más íntimo. De repente llegan tres pajarillos que se suben encima de los hombros de la niña. El ñanm, ñanm, ñanm del conejo actúa de reclamo. Sara, aún sigue soñando, sale a la calle. Lleva consigo su mascota. Wordekai emite de nuevo su famosos ñanm, ñanm, ñanm. Y al instante acude un gracioso fox terrier blanco de pelo rizado. Sara está maravillada, y a la vez extrañada del poder hablante de su mascota.

No acaba aquí el sueño. Sara oye ahora que llaman a la puerta de casa. Sale ella misma. Es un hombre mayor, de tez aceitunada, cubre su cabeza una gorra azul. Al hombre, a pesar de aparentar un carácter afable y tranquilo, se le nota preocupado. Le cuenta a Sara que ha oído decir que tiene un conejo que se hace entender por el resto de los animales, que se le ha perdido una vaca y que la vida de su familia depende de dicho animal.
Si vinieras con tu mascota allá donde yo vivo.... Tal vez, niña, tus poderes podrían hacer que mi pobre vaca regresara a mi granja.
Sara responde:
Yo no tengo poderes, buen hombre, el poder es de las palabras. Vuelva usted a sus prados y grite con todas sus fuerzas tres veces: ñanm, ñanm, ñanm. Tal vez así su vaca extraviada puede que aparezca.
El hombre, regresa a su casa, no muy convencido de que unas simples palabras sin sentido le devuelvan a su vaca. Pero, antes que ver a su familia muerta de hambre, el granjero está dispuesto a hacer lo que haga falta. Una vez en su granja, el hombre sube a lo más alto del collado que hay por allí cerca. Grita con todas sus fuerzas tres veces ñanm, ñanm, ñanm, ni una más ni una menos, tal como le dijo la niña. El hombre no se lo puede creer. De allá a lo lejos ve que viene muy contenta su vaca preferida, aquella que había perdido.

Luego, aunque este último pasaje ya no pertenece al sueño que Sara le cuenta a su abuela, el granjero volverá de nuevo a la casa de la niña. Le lleva agradecido una dulce tarta de queso que a la niña tanto le gusta de la leche de su vaca extraviada.

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