domingo, 24 de diciembre de 2017

Nochebuena a la luz del candil



Encarna tiene doce años. Sufre de ver a su madre, la víspera de Navidad, remendando descosidos a la luz del candil. En la triste cara de la mamá, la hija ve raudos nubarrones prestos al llanto. La pequeña silla de anea, donde está sentada triste la madre, mira al rincón avergonzado. Desde una alcayata, pende un pequeño farolillo de hojalata. En su base, una torcía hecha con hilos trenzados por la misma mujer se consume en el pequeño reguero de aceite sisado a la garrafa. La alcuza debe durar hasta que el marido cobre unos duros por hacer un aljibe. El padre de la Encarna hace ya unas semanas que terminó su trabajo. El cliente se retrasa en pagarle el dinero apalabrado.

En la huerta, estos días de invierno, no hay mucha faena. Y el padre, para olvidar, gasta su pobreza y su pena con los amigos en el bar de la esquina. El chisporroteo de la tenue llama ahoga las lágrimas contenidas de una madre que sufre por no tener nada que ofrecer a un marido y a sus ocho hijos en esta noche especial de Nochebuena. La Encarna es casi una niña para darse cuenta del sufrir de sus padres, pero sus ojos ya saben leer en las lágrimas escondidas de su madre el dolor de la indigencia. Nada hay en la casa para llevarse a la boca en noche tan señalada. Las tenderas del pueblo se resisten a darle fiado a la madre, empeñada ya hasta las cejas.

La hija, sale sin ser vista, y se dirige a casa de los señoritos donde ya anda de criada desde los nueve años. Y suplica por favor a su señora que tenga caridad de su familia, que le adelante tres duros, sólo tres duros, que cuando su papá cobre los dineros que le deben por terminar un aljibe....

Ha pasado de aquello más de setenta años. La Encarna, hoy, también víspera de Navidad, me cuenta entre orgullosa y dolida desde su cama postrada y enferma:
Por lo menos, aquella Nochebuena, en nuestra casa comimos pan blanco.
Y de ahí el que todas las nochebuenas del mundo tenga yo que venir a cenar a casa de mi suegra. Quince años estoy casado con su hija, pues quince cenas de navidad llevo al cuerpo. Y hasta los topes hay que comer carne, mucha carne a la brasa, morcillas, longanizas. Codornices, cabezas de cordero. Y de postres, para desengrasar: raíces tiernas y blancas, raíces de apio recién cogido de la huerta.

2 comentarios:

  1. Feliz navidad, Juan. Somos demasiado afortunados para darnos cuenta.

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  2. Feliz Navidad, querido amigo y compi, Juan. Como siempre, llegas directo al corazón...aunque esta vez fue muy especial tu relato para mi. Cuando se sufre, piensas más en la tristezas de los demás y en lo mucho que nos perdemos al no ayudar más al necesitado.Siempre se está a tiempo de rectificar. Abrazos agradecidos

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