sábado, 30 de diciembre de 2017

Es de noche en la ladera




La muchacha está triste. ¿Que le pasará a la muchacha? La muchacha ha perdido algo, algo que nunca tuvo, el cuerpo de su amor robado. En estas fechas, entre tanto deslumbramiento y sentimentalismo programado, la muchacha está triste, siente en su sexo un dolor muy grande. 

La princesa persigue por el cielo de Oriente la libélula vaga de una vaga ilusión. (Rubén Darío).

Y por mis adentros veo que también la desdicha de la muchacha es mi dolor y llanto. La joven aún no ha encontrado lo que con tanto afán va buscando. Le pregunta a Herodes, a Bécker, al mendigo del cuento de todos los cuentos, a los reyes Magos, a Neruda, al pascuero de turno, a san Juan de la Cruz... por ese recién nacido, ese lindo churumbel nonato que dice llamarse amor.

¿Dónde está? ¿Dónde estará mi amor perdido, mi Osiris fenecido? -pregunta, loca la muchacha por valles y praderas, playas y desiertos, montañas y llanos, centros de internamiento para extranjeros, puticlubs y comisarías. También pregunta a los pastores de Extramadura, al "puertas" del manicomio, a los ángeles custodios de belenes, sacristías y bancos, al espíritu santo, a todas las estrellas del firmamento, a los cipreses del camposanto.

La muchacha sigue llorando, descosida como una madalena en noche de tormenta y aguacero:
¿Adónde te escondiste, amor, y me dejaste este vacío tan hondo y tan alto en mi lecho desolado y florido? Como ladrón huiste habiéndome hasta de mí misma desposeido.
Nadie le dice a la princesa dónde tiene su manida esa fontana eterna ¿Dónde -gime la muchacha- estará mi amor escondido?

Es de noche, junto a la ladera de la Condomina. En el cielo está la luna; en la entrada, la olivera; y ahí dentro, en el salón, los amigos se recrean, dichosos, todos y a una, alrededor de un jamón con chorreras.





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