Ganas me han dado de tirar mi cálamo a la acequia. Y como quien devuelve las llaves de su casa al banco por no poder pagar la hipoteca, así pondré esta noche mi pluma a remojo, al relente, para que la luna la cargue de ajustada tinta, inspiración y cristalina certeza. Como mis pies de ojo de gallo.
Nunca quise espantar yo a nadie con el gusano de las narices (se trata de un spot contra el consumo de banderas). Y ni mucho menos convertirme en paladín de revoluciones y utopías. Que no hablaba yo de esclavitudes, ni lucha de clases, barricadas, patrioterismos, del sexo de los ángeles y demás plusvalías.
¡Maldita esta pluma mía que no me obedece y que escribe lo contrario de lo que siento y digo! Compramos abrigos de visón para salvar a estos miserables mamíferos. Eufemismo mal disimulado.
Yo tan sólo, conmovido por aquel que se fingió vivo por no disgustar a su amantísima, quise compadecerme y empatizar con la existencial tragedia en la que vivo muerto en un mundo de sonambulistas vivos.
Voz escondida, entre malentendidos, sorderas y mentiras. Entre verdades a medias. Andamos por un camino de reverberaciones ocultas, palabras, (unas apócrifas, otras reveladas), pero igualmente mal escritas, callosas, endurecidas, manoseadas, repetidas, banderas, trapos mojados, apedreados por el granizo y la ventisca de una tarde, como la de ayer, tormentosa, de inseguridades y egoísmos a porrillos.
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