Hay quien escribe, y como oveja que bala, desprendida y generosa, se olvida de su berrido. Blao en cambio, camoto, egoísta y atrevido, al igual que la burra al trigo, vuelve sobre lo mismo.
Y así en cuanto a su eufemismo de ayer tan mal disimulado, en el que implícitamente este menda aludía a quienes optan por prohibir el sacrificio de ciertos animales, hoy quisiera mostrar sin tapujos y alegorías la verdad de su insinuación velada. Dime de qué presumes y te diré de qué careces. Por ejemplo, ante la extinción del castor, debido a la comercialización de sus pieles, o la de los elefantes por su marfil, los hay que honorablemente defienden su protección. Pero no sé por qué, ¡carambolas de la vida!, el efecto conseguido es justamente el contrario. El tiro por la culata. A mayor represión, menos ética, o mayor astucia en sortear ordenanzas y preceptos.
En un determinado país de la edad media, sus gobernantes, para exterminar a los ratones que pululaban por doquier hasta la saciedad, gratificaban con dinero la entrega de dichos roedores. ¿Resultado? Las familias se afanaron en criarlos a escondidas para aliviar así sus miserables vidas. Esta especie se multiplicaría por tanto hasta el infinito, contrariamente a los pronósticos y deseos de las autoridades.
Otro sí: Los defensores, por ejemplo del entendimiento, no hacen sino adiestrarse para la contienda. Enarbolan sus fervientes ganas de diálogo con tal arrogancia que humillan a su interlocutor con este o aquel mandamiento de las Tablas de su Ley, provocando así premeditadamente su recíproco amotinamiento. Efecto igualmente no logrado. Ley de Murphy.
Total, un diálogo de besugos al que hoy asistimos cansados ya de tan perverso y maquiavélico juego. ¡Oh Política mía, si bella e perduta, quién te ha visto y quién te ve!
Y lo peor de este asunto es que aun, no queriendo, el resto del mundanal nos vemos también involucrados en esta danza endiablada y canibalesca que a todos nos está volviendo majara.
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