sábado, 4 de marzo de 2017

Va de gatos y de cabras



Son muchos los autores que en sus obras rindieron ilustrada pleitesía a los gatos:
Charles Baudelaire: Viens, mon beau chat, sur mon coeur amoureux.
García Lorca: Me parecen maestros de alta melancolía.

Pablo Neruda: Los animales fueron imperfectos, sólo el gato apareció completo y orgulloso.
Jorge Luís Borges o los gatos armoniosos como su querido Beppo
Allan Poe con Plutón, su mascota favorita y compañera de juegos.
Eliot: Los gatos son como tú y yo.
Charles Bukowski: En mi siguiente vida, quiero ser un gato. Dormir y esperar a que me den de comer. Para no hacer nada y lamerme el culo.
Haruki Murakami es también muy dado a humanizar este tipo de felinos. En Kafka en la orilla, el escritor de Kioto pone en boca de Mimí, una siamesa cansada de estar tumbada delante de la tele: Es horrible no acumular más conocimientos superficiales.

Cuando la decepción me invade, yo también busco un sustituto animal que convierta mi frustración y desánimo en optimismo, ganas de continuar y seguir vivo. Cuando los humanos se comportan como alimañas, trato de humanizarme con los animales. Cuido gallinas, ¡pero son tan ariscas y desagradecidas! Por eso esta mañana, al enterarme de que que el Presidente de mi Comunidad Autónoma ha roto cual quebrantahuesos su palabra dada, me he venido abajo. Me siento humillado de ver a un buitre de mi propia especie desdiciéndose de su compromiso: dimitiré de mi cargo si soy imputado por corrupción política.

Y dudo de si ponerme al amparo del sabio pelaje de la Mimí de Murakami, o mejor, por afinidad literaria y filosófica, ir a consolarme con el tierno gato de Cortázar. Pero no encuentro a su Teodoro Adorno por ningún portal, erial, jardín, cocina, descampado o esquina. Me cuentan que el gato del escritor argentino nacionalizado en Francia, anda ya acostado para siempre en su cielo prometido, disfrutando de la libertad bajo el amarillo del mediodía de su jubilación eterna. 

Yo que no tengo gatos, (sólo doy de comer a un gallo y cuatro gallinas), me pregunto como Lenin: Que faire? Y no se me ocurre otra cosa que salir a donde mi vecino el Borrasca pastorea tres o cuatro cabras por estos parajes muy generosos en verdolagas, alfalfa, canónigos y dientes de león. Me acerco a una de ellas. Intento compensar mi disgusto. Trato de acariciar la cabeza del animal. ¿Y cuál es mi sorpresa? No sólo veo en la mirada de la cabra los mismos ojos de mi Presidente, sino que además reconozco en sus balidos el mismo timbre de su voz imputada. Así que pitando de nuevo vuelvo a mis tareas diarias.

1 comentario:

  1. Ay! 'los ojos de mi presidente'! Acercate hoy al ayuntamiento a ver si aparece.

    ResponderEliminar