jueves, 9 de marzo de 2017

Pushkin




Quería yo expresar con palabras alegres la tristeza existencial que por aquellos días me corroía. Y de la mano de Dostoievski fui llevado a casa de Aleksandr Pushkin. Me ocurre muy a menudo. Las historias, los personajes, los temas y mensajes de mis lecturas forman en mi mente un cóctel que, luego al recordarlos, nada se parece a lo que sus autores escribieron. Y el de La dama de picas me dijo entonces, cuando fui verle a San Petersburgo:
Le pesan las fiestas de este mundo
se aparta del rumor de la chusma,
y no inclina su altiva cabeza
al pie de los vulgares ídolos;
y huye, salvaje y rudo,
lleno de sonidos e inquietud
hacia las orillas de los mares desiertos,
hacia los amplios y resonantes bosques.
Tras la melancolía y el desprecio por los bienes de la dicha y el placer ¿acaso no escondía el poeta lo más cruel y pernicioso de su idolatrado egoísmo?

No supe entender bien lo que Pushkin quiso decirme con el poema De sed espiritual atormentado. Yo me quedé con la interpretación de su forma de hablar, más que lo que con sus versos me decía. Y esto es lo que me pareció escuchar de su musicalidad poética:  
Tras el desprecio de las cosas, tal vez taimada se encuentre la calma, la feliz tranquilidad de la inactividad, ese vacío del ánimo que todo mortal necesita, si quiere saborear el azúcar de la vida, la verdad de la muerte.
Y noté a Pushkin extrañado, al ver que la idea que yo tenía de su jovialidad, frescura y buen humor se me iban de la cabeza. Cambió entonces el pie ascético de su poema, y en un tono más suyo y dionisiaco, añadió:
Que nos acoja la muerte
en medio de copas llenas...
Pushkin estaba herido. Le quedaban dos días de vida. Había sido batido en duelo por salvar el honor de una mujer de moda, su bella esposa Natalia, que le arrebató la soledad que necesitaba para escribir. Y el hombre aquel al que le encantaban la juventud jovial, el bullicio, el lujo, la alegría, los atavíos complicados de las damas y sus piernecitas, le oigo ahora susurrar, por boca de Eugenio Oneguin:
Se enfriaron mis sentidos, me cansa el mundanal ruido, los amigos y la amistad me aburren, me fatigan. No siempre se puede regar el bistec y el pastel de Estrasburgo con una botella de champaña.

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