lunes, 4 de enero de 2016

El Taquígrafo y la Centralita






Hablaba y hablaba para no volverse loco. A ella la enloquecía tanta verbalidad sobrada. El hablar de Fonema era interminable, era como el infinito fuego. Sus palabras, como el agua, eran insuficientes para sofocar el infierno que por dentro le quemaba.

Ella en cambio, andaba, a su vez, loca por la escritura. Escribo, escribo -decía Grafía-, para mitigar la herida, para colmar la falta de la que adolezco. Él no atinaba a nada de tanto darle a la sinhueso. Con su hablar interminable Fonema jamás lograba poner nombre a lo que quería. Y ella con sus letras tampoco conseguía sacar fuera lo que dentro de su imaginación brotaba.

Nunca entendí por qué dos oficios, en sí tan complementarios, y por principio, tan bien avenidos, llegarían con el tiempo a ser incompatibles. Cuando Grafía inspirada a escribir se ponía, la locuacidad de Fonema la desconcentraba. Y si Grafía a escribir se dedicaba ¿quién saciaría la atención de Fonema, que de hablar nunca terminaba?  Grafía y Fonema se llevaban como el ratón y el gato. Si uno decía amanecer; el otro, ocaso escribía.

Luego de un tiempo de comprobar ambos que sus vidas, de seguir así, ya no serían, Fonema y Grafía decidieron separarse. 

Ella encontró trabajo como taquígrafo en un viejo camión del desguace París. Y a él le contratarían como gramófono rayado de una centralita en el corazón del desierto del Kalahari.

1 comentario:


  1. Me gusta ese toque de humor que encierra el relato. El caso es que ambos, Fonema y Grafía están condenados a entenderse, que su problema ya viene desde la noche de los tiempos.

    Un abrazo

    · La Mirada Ausente · & · CR ·

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