viernes, 23 de enero de 2015

Recuerdo cuando era pobre



Recuerdo cuando era pobre. París, como decía Hemingway, era una fiesta. Con mi pobreza me sentía enormemente rico. Hoy miro a mi alrededor, y estando forrado y cubierto de oro y mármol hasta las cejas, todo me resulta miserable, triste y corroído. Y hasta aquel cuadro tan sensual y apacible por el que mis herederos cobrarán más de cien millones de dólares, hoy, colocado encima de la chimenea de la casa del multimillonario Mr. Cohen, parece el de una reina guillotinada por un pene adinerado, a la que los franceses llaman l'autre-chienne.

Lamparones de cola vegetal y almagra rodean las llaves de la luz de mi aposento, y en los ángulos del salón, telarañas enmarañan la pedrería de aquella otra lámpara que adquirí en una subasta de Murano. Hoy sus perlas de zafiro, más que esplendor y claridad, me producen un negro frío.

Hoy siendo rico, me siento sucio, más pobre y sucio que cuando alegre pernoctaba por los andenes de la estación de Austerlitz. Hambriento y desconocido deambulaba por Montmartre, pero henchido y lleno de libertades y sueños. No lograba vender ni un cuadro, pero mi carpeta atestada estaba de azules, el color de las aduanas sin fronteras, el color de los billetes del alma, de los pájaros, de la pobreza de espíritu.

Y aquí encerrado en el cuarto oscuro del castillo de Vauvenargues, no añoro, cual otro Luís Bárcenas enclaustrado en el pabellón 4 de Soto del Real, mis emolumentos escondidos en Suiza, sino que me vienen al recuerdo las palabras de mi abuela Inés, referidas al prestamista que le proporcionaba a su padre, el tonelero de El Perchel, la madera para fabricar sus barriles:
Tiene ese puto rico los ojos tan llenos de pan y perras que no sabe apreciar a la mujer tan bella y buena que todas las noches duerme a su lado.

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