jueves, 15 de enero de 2015

El Paraíso del Islam



Durante siete años lunares, Alí se adiestra en el manejo de las artes surtidoras de las puertas de La Yanna, el Paraíso del Islam. Hasta ahora, muy pocos fueron, (¡a saber!), quienes lo consiguieron. El muchacho se ejercita en el control de sus siete sentidos, incluido el pensamiento y el sentido de la conciencia shárica. Ayuna durante cuarenta días sin que sus papilas se conmuevan. La tormenta, la lluvia, el frío no lastiman su piel curtida por la arena de los siete desiertos de la tierra. El aroma de una flor, el busto de una mujer, la sonrisa de un niño, el murmullo del mar, el canto de la alondra tampoco logran detener su camino. Su cuerpo es una piedra, su corazón un páramo. Listo está para el sacrificio. Alí no piensa, simplemente obedece al imán. Su ser más íntimo pronto se diluirá en la nada de un mar universal, el califato oceánico donde desembocan todos los ríos contaminados del mundo.

¿Será marcada su sien izquierda con el herraje al rojo del anagrama que le abra para siempre las puertas de la Ciudad Feliz? ¿Será coronada su cabeza con el turbante negro, el sello de la piedad y el espíritu ? Para ello Alí deberá superar la prueba final. Ha vencido la prueba del fuego. Ha superado la de la voluntad. Tan sólo le falta, para atravesar las puertas del Edén, culminar la prueba del tiempo, pulsar con decisión final el botón de su santa deflagración, su bautismo de muerte.

El ayatolah porta en alto una tea encendida con los primeros rayos del sol de la mañana. En un atril de ébano, desplegado a los siete vientos del planeta se muestra revelador el Ultimo Corán. La vida del muchacho divinizada está en el libro sagrado. El mentor le entrega al joven la mecha iluminada que guiará los pasos de una nueva civilización, al tiempo que le susurra con unción extásica:
Alí, confía, no tengas miedo. Muy pronto estarás entre jardines y fuentes, rodeado de huríes de grandes ojos, vestidas de satén y elegantes brocados. Basta tan sólo, para que se te abran las puertas del Paraíso, que hiendas este alfanje humeante que te entrego en el corazón hereje del género humano.
Contra todo pronóstico, ninguna puerta se abrió. Allí no estaban las mencionadas huríes prometidas. Tampoco el dinosaurio. Tan sólo engaño, sangre, sangre y mucho dolor en los atrios del Paraíso islámico.

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