lunes, 4 de agosto de 2014

Los amarillos del verde alfalfa




Esta mañana de agosto tórrido, el sol piensa en verde. Su único deseo: el gran bancal de alfalfa sobre cuyo lecho poder refrescar sus ojos, la gota gorda de su calor agobiante. El verde se cuela difuminado por el tubo de su nervio óptico, el más sufrido de su sistema solar. Y luego, se esparce líquido e iluminado por el interior de su masa encefálica en ebullición sentida.

Al momento, el verde fértil, encendido y calmo de la tierna hierba derramada, al contacto con el magma sudoroso del sol, lágrimas termonucleares de cansancio estelar y agobios infinitos, se convierte en verde raído y seco; de tan seco, en verde añoso e inflamable; de tan inflamable, en verde quemado y ceniciento. Y así, cenicientos el sol y el verde, los dos, paciendo. El sol más bien parece la cara de un ictérico viejo con hepatitis. ¡Oh rayo verde desposeído de su tranquilidad dibujada, mística y merecida!

No hay humedales para estas tierras desiertas. Humedales que hidraten los carbones de este sol, pájaro implacable, insufrible, sin piscina, ni aires acondicionados. Esta mañana, el sol no encuentra cubitos de hielo, ni abanicos ni sombrillas para su verano insoportable.

El verde alfalfa se desparrama violador por los aposentos del sol violentado, acalorado y herido. Poco a poco todas las partes externas de su apolíneo cuerpo se tiñen de un verde erial y deslucido, amarillos muertos. La clorofila rubicunda de su sangre se apaga. Sus extremidades arrugadas, oscurecidas quedan como las patas de un lagarto. Y el sol, al comprobar tan diametral efecto antagónico, y ver como los glóbulos rojos de su núcleo fotónico se desvanecen en ráfagas descoloridas y frías, se acuerda de la sentencia de aquel engañado poeta:
Nunca mariposa alguna morirá de hambre frente al néctar de la flor de un naranjo.
El sol no entiende que los rayos de su alma radiante se apaguen delante de las llamaradas de un esplendoroso bancal de alfalfa. Y se dice para sus ígneos adentros confundidos:
Hoy no es un buen día. La exuberancia placentera de un verde alfalfa no basta para hacer reír a la luz de mi corona. No siempre belleza y sentimiento fueron juntos. Que yo sé de alguien que siendo verde en pleno invierno, murió amarillento en verano. 

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