lunes, 11 de agosto de 2014

Clavicordio y margaritas para Clio y Caliope





Me llamo Eloísa. Mi padre no es mi padre. Hará unos veinte años, un labrador de la Borgoña me tomó en adopción. Durante todo este tiempo, este hombre se ha ocupado de mi. Me ha querido más que a sus campos, más que a sus vinos. Yo he sido para él su trigo, su mejor uva pinot noir, el dulce amarillo de sus tournesols, su auténtica hija... Hasta que el otro día un visitante inesperado vino a nuestra casa de las afueras de Prenois.

Don Gomesano, así dijo llamarse este forastero. Se presentó como el director de la Biblioteca de Pérgamo, una de las más famosas del mundo. A través de sus manuscritos, códices e incunables, puede uno recorrer, desde sus acreditadas Galerías, la historia entera de la Humanidad. Según él, mi verdadero padre trabajaba a su servicio como copista especializado en piezas musicales de la Edad Media. Nos contó además, no sé si para espantar de mi cara la incredulidad y mi rabia, que Onur fue un hombre ilustre, comprometido con su tiempo. Al despedirse, me dejó unas partituras musicales: Clavicordio y margaritas para Clio y Caliope. Y añadió:
A lo largo de su vida, tu padre se hizo llamar de diferentes maneras. Onur Travel fue su último nombre. Antes de morir, me pidió que hiciera todo lo posible por encontrarte. Desde el mar Egeo hasta este frondoso valle tapizado de viñedos y girasoles, he cruzado medio mundo. Y, por fin, puedo entregarte esta pequeña obra musical que tu padre compuso para ti.
Desde que don Gomesano vino a verme, hace ya más de una semana, la carpeta sigue, sin abrir, en el sitio donde la dejé, al lado del cubo de la basura. El mismo abandono que mi padre me prodigara, internándome en aquel orfanato de Dijon, quise yo para aquella carpeta: veinte años de rechazo y desprecio junto a los desperdicios para las gallinas. Pero hoy mi curiosidad no aguanta. Me doblego. Abro la carpeta. Entre los siete folios musicales que componen la obra musical, doy con una cuartilla escrita en francés, y firmada por Onur Travel. Me desentiendo de la caligrafía de sus tresillos, redondillas, negras y garrapatas. No estoy para deleites y otras músicas.

No creo que la cuartilla fuera colocada allí a propósito por Onur para que yo diera con ella. De hecho, ninguna dedicatoria para mi, ningún encabezamiento. Tal vez, una hoja extraviada de su conjunto: un diario, un recopilatorio de pensamientos tomados a la ligera. Tampoco pienso que fuera idea de Don Gomesano. Tanto el uno como el otro, los dos, tan dados a vivir la inmediatez de sus caprichos refinados, no se preocuparían de alterar la historia de los acontecimientos. El uno, confiado tan sólo al presente; el otro, absorto en el pasado. Ambos desinteresados de ser absueltos por l'abbé Future, el tiempo que todo lo cura. En cualquier caso, el accidental hallazgo de esta cuartilla, me lleva en seguida a leer su contenido:
Prefiero acertar hoy, que equivocarme mañana. Del futuro no seré responsable, pero del presente, de este presente injusto, estoy obligado a dar cuentas. Y si la historia tuviera que crucificarme por mis errores cometidos, por mi escasa visión de futuro, oportunismo y celeridad, le diría a Clío, a la musa de la Historia: No hay mejor futuro que ser fiel al ahora.

No me gustan los términos podemos, ganemos, nacimos para mandar. Pero me desagradan aún más los ganadores que hoy nos pueden y nos mandan. Me disgustan, -no creo que se trate de gustos-, los gobernantes encorsetados en sus levitas mitineras, sus zapatos de betún zizagueando tras las alfombras del dinero, sus pantalones a raya, haciendo aguas, en los charcos del soborno, las burbujas de la corrupción y el óxido antinatural e inhumano de sálvese quien pueda.

Sé que no debo dejarme llevar por los que hoy visten de pana, llevan melena descuidada, y mañana serán príncipes de los estados, administradores de reyes, consejeros de la Banca. Sé que no debo fiarme de obreros, quintacolumnistas, sindicalistas y huelguistas que mañana consortes serán de la burguesía. Hoy, abanderados de la utopía, y mañana ¡que sé yo!, más cautos que la cautela, defensores de la involución.

Obligado estoy a responder al ahora, a lo que hoy siento y veo. Y si, mañana, el ayer me salió rana, ya no es cosa mía, será que aquel caballo por el que aposté, era un sabueso.
Por mi larga experiencia soy reacio a cambiar el paso, a renunciar a las convicciones de mi juventud. La rigidez de mis huesos ya no dan para recrearme, a mis años, en malabarismos políticos y otras andaduras, componendas y alianzas. ¡Me costaría tanto dar mi brazo a torcer. Pero ¡Váleme Dios! Que diría Sancho al ver a don Quijote maltrecho ante los molinos de viento. Estas ideas o no son las mismas que antaño, o es que sus defensores cambiaron sus espadas por aspas de molino. Me cuesta trabajo apearme del tren del socialismo; y si para ello tuviera que cambiarme de bando, ¡allá, vamos!. Pues pareciera que los maquinistas de este tren me llevan equivocado a otras tierras que prometieron. La historia es veleidosa e infiel a la realidad que la puso en marcha. 
Podemos, queremos, mandemos, verbos de orgulloso y dudoso rango. ¿Pero acaso, la política es otra cosa?. Entre las disputas de las musas Clío y Caliope, siempre ando dividido. El realismo de la Historia es como la música muerta, necesita del poema para alumbrar el curso de los días. Clio y Caliope deben poner fin a la pelea. Historia e imaginación: las dos Musas unidas. ¡No tanto pragmatismo en la Poesía, ni tanto realismo en la Historia!. Ojalá los desatinos de la historia me sorprendieran con un poco más de poesía. ¡Me decepciona tanto realismo histórico!
Después de terminar de leer este texto, e incluso reconociendo no haber entendido casi nada, por su imprecisión, ambigüedad y pedantería, sorprendentemente me siento reconciliada con Onur Travel, mi padre natural. Si este hombre me abandonó al nacer, sería para que yo encontrara el hogar que, por sus circunstancias adversas, jamás él pudo darme. Y al hilo de este dulciamargo reencuentro filial que siento, me acuerdo de las últimas palabras de Don Gomesano:
Eloísa, tu padre Onur fue perseguido por denunciar los desvaríos y los atropellos de determinados parlamentarios europeos. Para salvar el pellejo, anduvo de aquí para allá, siempre escondiéndose en casa de amigos. Onur Travel tampoco era a su nombre. Tu padre se llamaba Jean-Jacques Rousseau.


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