viernes, 15 de agosto de 2014

La tos de la mentira




La verdad nunca es entera.
Ni la mentira es completa.
Lleva el que miente en sus dientes
una mella tan certera,
siempre de embustes repleta,
nunca dice lo que siente.  
(Opekú)

Las palabras no dicen lo que hablan. Esconden las palabras cuando se dicen un algo que, tanto al receptor como al hablante, le suenan a chamusquina.

Llegué a este convencimiento el otro día en plena Misa Mayor. Y no es lo de siempre y sabido, y de tan sabido, aburrido y cansado como oír decir a Telesforo el alcalde, que va a rebajar el impuesto del guano de las tórtolas, que el camino de herradura, el que une el llano con la montaña del Grajo, antes de las próximas elecciones será una carretera de doble sentido, que la gota fria de septiembre en lugar de caer sobre nuestras tierras, arrasará los almendros del collado de al lado, unos tiñosos de mierda, castigados por las encuestas del CIS, y que el año que viene tendremos dos vendimias, tres primaveras y un contenedor de pastillas juanolas en cada mojón del pueblo para aliviar la toses de la mentira que nos importan desde Venezuela.

Sí, ya sé. No hay ninguna verdad entera. Todas las verdades son a medias, pero las de don Telesforo, si van acompañadas de juramentos y honores, en lugar de ser verdades recortadas, son además reveses a cal y canto corvillando nuestras aldeanas cervices.

Prefiero yo que me mientan que hay vida en Marte, que el último cometa que cruzó la ermita del cerro dejó en el altar de nuestra patrona, la virgen del Desacato, unos Evangelios escritos en esperanto y firmados por el mismo Dios que mora en la capital de las galaxias, la ciudad de Las Perseidas. O sin irme tan lejos, (que como la mentira tengo las patas cortas), que la Lauren Bacall no ha muerto, y que sigue enseñando a silbar a los muchachos del pueblo.

Como digo, llegué a la conclusión de que las palabras, como la tos de la mentira, mienten más que hablan, no escuchando a don Telesforo el alcalde, sino oyendo salir de mi garganta las toses que me vinieron en plena Consagración durante la Misa Mayor. Para disimular los ruidos de mis ventosidades traseras, que de pronto me vinieron sin ton ni son, no se me ocurrió otra cosa que mentir la verdad de mis pedos con las toses recurridas, farfulleras. Y el vecino que a mi lado rezaba como un bendito, al oír mis carraspeos, me dijo con sorna el muy sacrílego rompiendo el santo silencio:
Amigo, cuídate ese catarro anal. ¡No sé p`a que coño el alcalde habrá puesto en cada mojón del pueblo un contenedor de juanolas¡

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