martes, 10 de junio de 2014

Día de la Región




Nada como un pájaro resguardado en la campana de un saxo para contar lo que ayer vieran y oyeran sus oídos diminutos y sus ojos pitarrosos en el Acto Institucional con motivo del XXXII Aniversario del Estatuto de Autonomía de la Región de las Zacatolias. Las aves como los humanos escuchan y miran más y mejor por el sexto sentido del corazón que por sus cinco radares restantes de fuera.

La mañana limpia y generosa amaneció con sus manos extendidas de semana recién estrenada, engalanada con su mejor vestido de fiesta, las cañas del río batiendo crema de rocío y esperanza, canciones de tiempos nuevos. El País celebraba su Día por antonomasia. Al ver despejado el cielo, el pájaro levantó el vuelo para dar a su pico cáscaras de huevo empollado. La efémeride lo merecía.

Las sendas y los caminos que van a las quebradas de Medina Siyâsa, como si se tratara de un Mundial de Fútbol, se despertaron atestadas de vehículos y motos de policías, coches oficiales, banderolas entusiastas, enarbolando modernidad, paz, prosperidad y triunfos que nadie veía y sentía por más que una legión de periodistas fueron contratados al efecto. Tanto el Pico de la Atalaya como el gorrión, ante el desprometido azul inusitado, el verde reflectante y sintético, el rojo demacrado y hundido de las últimas elecciones, se arremolinaron creyéndose amenazados. Fauna, flora y el resto de los habitantes no sabían que el establishment celebraba el Día de la Región en esta bella ciudad que abraza el Segura, fértil valle de melocotones y aceitunas. La cresta del monte intimidada giró su cara hacia la Sierra del Oro.Y el gorrión, asustado, equivocó su camino del jardín que, por costumbre, se surtía, cada amanecer, de verdolagas y apetitosas flores de collejas.

Una ventolera de trajes recién planchados, uniformes de galas, escudos en la solapa, alguna que otra gorra de plato, clériman y perfumes a políticas de capa caida desvió el vuelo del pájaro. Y antes de darse cuenta, se vio a sí mismo el gorrión en las puertas de un teatro, el teatro de los jerarcas, un capitolio desplomado con oropeles oscuros, casi funerarios, con sus iluminarias sin gas, sin arte ni gracia.

La pancarta que lucía el frontispicio de la entrada decía: Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como. El pájaro, además de hipotecado y en paro, tenía hambre. Sorteó puertas y azafatas por ver si allí adentro llenaba el buche con lo que al dicho Palomo del cartel le sobrara. Maderos, a miles, en cada esquina y a espuertas. No sabía el pájaro que toda esta gente pudiera ser tan sospechosa, y que provocara contingente de seguridad tan atrincherado, a no ser que por allí a esas horas circulara el mismísimo furgón blindado del señor Montoro con lo recaudado en la última Declaración de la Renta. Se descuidó el pájaro en estas consideraciones tan impropias y materialistas de su inocente estado y condición; y entre tanto, uno de los securatas le cortó el vuelo en seco de un zarpazo:
¿A dónde vas, pobre gorrión franciscano?, juro que te has colado. Se te ve el plumero, tu no eres de esta casta.
Y como no hay mejores alas para un pájaro, que verse acosado por las manos de un gorila, el gorrión, se escondió de un salto en el primer saxofón de la Orquesta que amenizaba la fiesta con aires y notas de un Häendel victorioso. Y desde allí, aturdido por las proclamas inconmovibles, actos de fe vetustos, botafumeiros y ombliguismos y otros conjuros atípicos y contradictorios, como generaciones nuevas con sangre carcamal y provecta, el pobrecillo aguantó como pudo liturgia tan oscura, enrarecida, trasnochada y sin encarnadura alguna, por ver si le llegaba la hora de echarse algo en el pico. Allí homenajeaban a la Región, ¿pero dónde estaban sus ciudadanos? -se preguntaba el pájaro. El pájaro allí sólo veía espantajos y bancales yermos. Nada de trigo. Hasta que una de las jaculatorias del pretoriano de turno desbordó la paciencia del pájaro embutido en el metal de aquel instrumento. Estas fueron las palabras del orador y preboste que hicieron saltar al gorrión de su escondite cual corcho de sidra El gaitero:
Cuando los pájaros vean los graneros de los empresarios a reventar debieran brincar de gozo y cantar por todo lo alto ay qué bueno es mi patrón, por fin podré picotear de mi zurrón.
Y acto seguido, el incontenido alado sobrevoló los mares gélidos del escenario piando con todas sus fuerzas por doquier:
Por favor, abran ustedes las ventanas que me asfixio. Y si tienen algo que celebrar sus señorías, próceres y majestades, haganlo en la plaza mayor, a la vista y con el refrendo de todos los volátiles del cielo, los peces de los oceanos  y reptiles de almas vivas que pueblan la tierra de esta hermosa Región de las Zacatolias, que aquí no hay alpiste para tanto gorrión suelto y necesitado.

1 comentario:

  1. Genial la crónica de esta casta q se blinda y no ven el cielo azul, ni a los pájaros, ni las plazas!

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