jueves, 29 de mayo de 2014

Escribir no es nada




En aquel golfo de luces inciertas había más ilusiones que realidades
(John Steinbeck. La perla)

Escribir no es nada. Si acaso, ese deseo de hacer las paces con uno mismo. Pero nunca consigue el escritor la reconciliación que busca. Entre lo que escribe y por lo que se afana siempre hay un abismo, una lucha personal sin remisión ni tregua. El hombre por naturaleza es un ser dividido, abatido entre la redención y la culpa, entrecortado entre la vanidad y la modestia, descoyuntado entre el amor y la muerte. Palabras tan antagónicas, ¡y se parecen tanto! Ambas tal vez yacen en la misma parte del hipotálamo. Dime de qué presumes y te diré de que adoleces. Basta con decir: yo no soy racista, ni fundamentalista, ni homófobo, para reafirmar con tus palabras que precisamente lo eres. Sé yo de un humanista y político, camaleónico consejero de solidaridad y otras causas pías que acaba de ser condenado a ocho años de prisión, por quedarse con las ayudas destinadas a la cooperación con el tercer mundo.

Desde siempre el escritor quiso emular a Hipócrates en su intento de cuadrar el círculo. Y se puso a escribir para ensamblar en un mismo plano realidad y sueño, logro y deseo, necesidad e instinto. O lo que es lo mismo, quiso hacer el amor con las letras. Desde pequeño siempre quiso ser mayor, y ahora que es viejo quiere tener la edad que tienen sus nietos para jugar al veo-veo. Por entonces el escritor aún no había llegado a la conclusión que después de un deseo siempre hay otro deseo. Eros fatídico. Esa sensación de melancolía tras el triunfo. Nada es eterno. Tampoco la escritura. Y cada vez que termina un libro, siente el escritor esa fatalidad endémica, edénica, pathos, o esa petite mort extásica de la que hablan las francesas después de hacer el amor.

Lleva en su haber este escritor una porra de libros. El mejor libro, aquel que nunca escribió. Por eso antes de morir, aún escribirá ciento y la madre. Prueba irrefutable que ninguno de los que le quedan por publicar, merecerá la pena.

El escritor ayer presentó su último libro. Y de nuevo, creyendo que había tocado el cielo, exclamó tras su recién estrenado orgasmo literario: ¿Y ahora qué? ¿Otro libro? Y Lacan le susurró al oído:
Te empeñas con tus libros en huir de la realidad, paliar con tu escritura la amargura del destino. Y de nuevo de bruces con la alegoría, el mito de la palabra, su representación ficticia. El goce es la castración, el placer de la ausencia.
El escritor, dolido o convencido por lo que el psicoanalista le dijera, contestó:
De acuerdo, Jacques. El escribir no es nada, ni siquiera como subsistencia llega, pero al menos vale para darme cuenta de la incapacidad para nombrar lo indecible. ¿Y por qué no decirlo? Con los libros también calzo el catre desnivelado donde en las lunas de duro invierno sueña y duerme mi amojonado cuerpo.

2 comentarios:

  1. Juan así eres tu. Tocando la medula de lo que se siente dentro, de lo que somos.
    Gracias d nuevo por lo que escribes y felicidades por tu nuevo libro!
    Un abrazo enorme y vivan los tomates!

    ResponderEliminar
  2. Esta última entrada da para mucho.
    Va más allá (creo), de la creación literaria y su significado obvio (un poco dura para con los escritores). Hay una pátina de fina ironía que la hace más asimilable. Apunta también a nuestra "ceguera" que nos hace buscar la plenitud y/o la felicidad por caminos equivocados; la "realidad y el deseo" de Luis Cernuda.
    Podemos continuar en una conversación amigable, con una copa de vino, o un vaso de agua fresca con anís, como el personaje del cuento "El genio del tiempo".,.

    ResponderEliminar