martes, 6 de mayo de 2014

El ordenador, la rana y el buey





Dentro de mi había una serpiente. Digo serpiente, porque no me viene a la boca otro animal más espantoso, horripilante y fiero. Puede que lo que yo albergara en mi interior fuese un cocodrilo, un tigre o un tiburón. Y si hago mención a ellos no es sólo por su magnitud y crueldad, que tal vez lo que yo viera en mi interior, tan sólo fuera, un mosquito, o una rana. Pero da igual. Todos ellos, igual de entretenidos y atrapadores. Y tan encariñado aquella mañana de redes sociales y arañas gigantes me vi yo abrazado a este animalario, que vi su animalidad pareja a mi encariñamiento. Y me asusté de ser tan zalamero y cariñoso con bichos tan sutiles y gentiles, capaces de acabar conmigo, cual si yo mismo fuera un huevo de gorrión.

Todos los especímenes y mi alter ego, cariñosamente abrazados, estábamos en el rincón más íntimo y dulce de mi hospitalario pecho, frente a un ordenador de treinta pulgadas. Tan bien avenidos y juntos, que si alguien me hubiera visto en aquel extraño concubinato, avergonzado me hubiese sentido por enmaridarme con piara de tan dudosa reputación.

Somos visto y hablado – me dijo el sicoanalista. Luego supe que tu andabas de mi diciendo: ¡Mira el iluso ese, prefiere que lo vean como un buey, un ordenador o una rana, más que a él mismo de carne y hueso en persona!

Enganchado estaba yo a todas horas en Feisbus, más que un pez piedra a su roca. Y no sabía que la picadura de estos tímidos pececillos camuflados bajo la arena pudiera ser tan venenosa y mortal. Y cada vez que subía un texto a la red o leía un comentario de los mil y pico amigos virtuales que allí tengo, mi adrenalina se ponía en marcha, y mis pulsaciones a mil, como las de un mochuelo herido, o un ratón encabronado. No daba un paso mi sedentario y adictivo cuerpo sin un antes y un después, ligado cual elástico que vuelve siempre al punto de sujeción, arranque y destino de su centro monitorizado, descentrado, enhebrado y cogido.
Era yo un hombre a un ordenador pegado.
Era yo un monitor superlativo;
Era yo un ratón hiperactivo;
Era yo un computador empecinado.
Y si por casualidad ningún forero amigo se hacía eco de mis regurgitaciones, chats en abierto y fotos de mi perfil presuntuoso, tal bajón me entraba, que mi cara triste y fea se ponía, cual estropajo; y mi mirada, dos cañones echando azufre por mis ojos desmedidos, cada vez que no se encendía el rojo de los mensajes y notificaciones de mi estado y biografía.

Y otra vez vino el sicólogo a decirme que de amor yo andaba necesitado y escaso. Y que incluso el amor camuflado que los animales me conferían, me engordaba hasta el punto de que el mono que por el odenador yo tenía me impedía ser lo que realmente era, y que mi pareja no encontrara tiempo ni lugar para vérselas conmigo de tan poseído que yo andaba con tan internética fauna. Y luego, el doctor del diván, como terapia, me hizo escribir cien veces el final de la fábula del Buey y la rana de Esopo:
Es inútil que te esfuerces, pues no podrás nunca igualar al buey. Entonces la rana haciendo un esfuerzo aun más violento para hincharse, reventó.

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