domingo, 11 de mayo de 2014

El aroma y la canela




El binomio cuerpo-mente está en todo. O al menos yo me sirvo de esta dualidad diferencial para dar explicación al deseo de unidad incomprensible por el que soy seducido.

El programa, la idea, la mente recibe el nombre de Sotfware, es la parte intangible del ordenador de nuestro cerebro, mientras que al chasis, a la carrocería, llamamos Hardware, carne, sexo. Uno sin el otro no son nada, se necesitan como la luz y la sombra, el aroma y la canela. Pareciera que los elementos periféricos son los más relevantes; pero éste, sin los invisibles, no tiene efecto alguno. Y así mi inteligencia para no sucumbir en la ignorancia tiende a clasificar y separar la indivisible ontología de las cosas.

Las ideas, para darse a conocer y manifestarse, necesitan de la corporeidad tangible y convencional de las palabras. Y así lo accidental, papel y tinta, se convierte en esencia. El problema me viene cuando trato de diversificar la unidad. Entonces confundo las partes por mi inventadas. Y así procuro no perecer en el abismo de la unidad como único elemento.

Por ejemplo, esta mañana, debido a una accidental refriega con mi pareja, trato de determinar el efecto y la causa de nuestra disputa. ¿Cuál fue la causa? -me pregunto- . ¡Y estos fueron los efectos!, -respondo. Busco así no perderme en la unidad sin referencia. ¿O es qué acaso hombre y mujer, o simplemente humanos, somos por antonomasia paradoja? Y siendo causa y efecto de índole tan dispar encuentro en nosotros una complicidad interna, que nos hace semejantes.

Cuando divago en estos temas acude a mi imaginación el cuento del patito feo. ¿Cómo es posible que de la misma pata nazca un pato tan diferente? Y metido ando a todas horas en este embrollo y paralelismo entre lo bello y lo feo, lo que se mueve y no se mueve, lo que brilla y no brilla, lo real y lo aparente, lo tangible y lo abstracto, lo determinado y lo concreto. Todo lo que tiene vida bajo el sol posee una parte en común con el resto de las realidades. Yo, con el agua, el agua con la planta, la planta con el mar, el mar con el aire, el aire con la arena, la arena con el fuego, el fuego con la mente, la mente con la conciencia. Y así llego a la proclamación de la hermandad universal de todo bicho viviente y no viviente. Y llegado a este punto, trato de hacer las paces con mi parienta. Y le digo:
Y ahora caigo que yo soy un poco o un mucho tú. ¿O es que acaso el gusano tiene envidia de la abeja. Tampoco la canela tiene celos de su aroma. Sólo nosotros como imbéciles nos rebelamos contra nosotros mismos. 

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