martes, 1 de abril de 2014

Las puertas de Plutón




Una gran hormigonera funde uno de los últimos encofrados de la escalera de incendios. La estructura de esta rampa es muy simple, muy estilizada: una gran torre de hormigón de nueve alturas, unidas por una plancha metálica a ocho plantas ya construidas. Este pasadizo será puente, evacuación, salida de emergencia, por el que los enfermos de este futuro hospital se librarán, si no de la muerte, sí del fuego abrasador, en caso de catástrofe, atentado o cataclismo. Pero a los mares de Estigia no hay quien le ponga diques. José Luis Sanpedro cuenta en uno de sus libros (Escritura necesaria):
Cuando era niño en Tánger, un día, estando en la mesa toda la familia, mi padre comentó que se había hecho un seguro de vida. Yo me puse muy contento porque pensé que eso significaba que no se iba a morir nunca, y cuando me lo aclararon sentí que eso de la muerte era algo de lo que uno no se podía librar y tuve miedo.
Son más de las tres de la tarde. El calor aprieta. Termino de comer. Y ya no sé si lo que escribo es lo que veo, o tal vez fruto de un sueño entre cabezadas. Un hombre sube despacio por la escalera de seguridad hacia la primera planta. Por su andar y vestimenta no es un simple albañil. Lleva casco blanco. No viste pantalón corto, ni lleva el torso desnudo como los demás trabajadores. Y tras subir cada tramo, se apalanca en las luces de esa planta. Mira complacido, cual pantocreator cósmico, como si esta obra fuese suya. No lleva herramientas en las manos, al menos eso creo. Ha llegado ya a la última planta, la octava altura. El hombre coloca sus palmas abiertas en las caderas, dobla su espalda hacia atrás, y respira vanagloriado, sacando el orgullo por su artificiosa boca inmobiliaria.

Desde la ventana de mi casa, a unos doscientos metros de la obra, me pregunto, entre cabezadas, (es la hora de la siesta), de qué presume, qué es lo que busca este ingeniero, suponiendo que lo sea. Y me entretengo en un simple juego de imaginación. Me adentro en el cuerpo de este hombre. Y ya no estoy aquí comiendo, parapetado en la trinchera de la cocina, sino allá, dentro del cuerpo de aquel hombre.

Y puesto que ya no soy yo, sino aquel hombre, sé lo él que busca, o mejor dicho, lo que yo en su lugar buscaría: el sentido, la finalidad de esta obra. Este escueto laberinto tiene salidas, y por supuesto entradas, pero sus escalones son tierra movediza. El duro forjado de acero donde  sus escalinatas se asientan desemboca en el vacío. Monumento a una emergencia es este empinado prisma rectangular levantado como torre perdida en la vertiginosa carrera de auxilio y socorro que es la vida. Yo como capataz encargado, oficial, peón o listero, aparejador o arquitecto, o como demonios quiera disfrazarme o permutarme, no firmaría la certificación de esta obra. Veo fallos garrafales en su construcción. Esta obra carece de garantías. La evacuación, en caso de accidente, será un desastre, mucho peor que la del avión de Malasia ocurrido tan sólo hace unos días en el que desaparecieron las 239 personas que iban a bordo.

No quedará ni un superviviente. Sus compuertas dan al abismo, están en pronunciada pendiente. Así no hay forma de evitar la caída a los infiernos. Esta torre rompe cualquier plan de emergencia. No se trata de construir hacia arriba. La solución no es un laberinto empinado. Mejor hubiera sido minar un sótano hacia el interior. Así, desde la altura, con boquetes abiertos, no nos daríamos de trompa contra las ruinas de las puertas de Plutón, agujero negro, esa ciénaga donde cualquier cosa que cae, ya sea la sonrisa de un niño, la belleza de una doncella, un águila, un carnero, una estrella, desaparecen sin dejar rastro, tragados por la niebla misteriosa de su cavernosa entrada.

El hombre apunta más alto de lo que su condición le permite. De ahí, su desengaño. Ya lo dijo el poeta, el camino secreto va hacia dentro. Y esto es un falo erecto con la prepotencia de una eyaculación vasectomizada, un proyecto maldito, una pasión inútil, la boca del lobo, una encerrona. Una vez acabado este hospital, y enfermos esperanzados huyan de su diagnóstico por este túnel hacia las puertas del Edén, comprobaran en su carnes carbonizadas la inutilidad de este proyecto, y se cagarán en la puta madre que parió este macabro plan.

Tengo ahora delante al ingeniero jefe, que al verme tan deprimido en el sueño, intenta reanimarme. Yo ya no sé si soy yo, o el ingeniero, el capataz, el listero, o un simple peón. Tengo la impresión de que no soy nadie, y al mismo tiempo todos ellos: la conciencia de aquellos que han de pasar por este cañón de dinamita. Soy su conciencia, y ni siquiera soy su alma, soy este mismo proyecto de obra inconsistente y baldía. Y en mi momentánea siesta, sueño de un golpe este galimatías sicodélico. Y ahora ya despierto, y no siendo ya el ingeniero, me encaro con el demiurgo de esta construcción imbécil:
Me amasaste con espermas de gloria y eternidad. Y hasta creí que mi virilidad haría florecer la sequedad de las piedras. Y heme aquí engañado terminando de comer las sobras de mi ser a medio hacer en las mismas puertas del averno.
El ingeniero mayor, al verme tan desconsolado, quiere consolarme:
No tan a pecho, subordinado. Esta obra quizá ni tan siquiera llegue a inaugurarse. Con su construcción sólo pretendemos un efecto psicológico: que los clientes enfermos vivan con la ilusión de que, llegado el caso de un siniestro o Apocalipsis, siempre encontrarán una salida a su trágica angustia. El enfermo no aguantaría que su mal no tuviese cura. Usted sabe que hay latas de alcachofas, unas mejores que otras, carne de primera y de segunda, pues yo le digo que la mejor calidad de nuestra vida consiste en conocer nuestro engaño: creer que hay salvación donde no hay escapatoria. Tiene usted otra posibilidad: creerse lo de “unidos en lo universal, las verdades eternas, la memoria colectividad, la trascendencia, la inmanencia” y demás rollos y prédicas de meapilas y salvapatrias. Despierte usted tranquilo. De usted para mí, la construcción de esta escalera de seguridad no vale para nada, sólo para que los que hemos intervenido en su construcción podamos cobrar y llegar al final de mes.

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