miércoles, 26 de marzo de 2014

El culo y las témporas





La fiebre de poner placas con otros nombres a plazas y aeropuertos, llega también hasta aquí, donde hace años vine a parar seducido por el verde y los azules de este edénico lugar sembrado de azahares, caballones de agua, ribazos de manzanillas y espliegos. Los pueblos, cansados de soportar el chirriar de vocablos desgastados, quieren amanecer con implantes de palabras madres con sabor a tiempos nuevos.

Y esta tarde me encuentro que a esta calle también le han cambiado el nombre. Pero mi calle ya no es su nombre. Tal vez sí lo fuera, cuando humildemente se llamaba Carril de los Cipreses. Espero que esta moda no contagie, ni acabe degollando nombres tan emblemáticos como carril del Tío Liebres, casa del Borrasca, Camino del Hueva, Las 25 Tahullas, Calle del Bienestar, del Canónigo, la de Las Tres Rosas. De ser así, hasta gatos y merlas perderían el norte, su olfato, sus crías. Y este elocuente cacho de huerta se convertiría en una loca y extraviada Torre de Babel para cínicos ilustrados con manguitos y bombín.

Ayer, tras una dura jornada faenando perdido por avenidas y rascacielos de nombres desconocidos, entraba al camino, y una hilera de líricos, suntuosos e inmortales árboles me daba la bienvenida con canciones de gorriones y ardillas juguetonas saltando. Sus ramas en vuelo me cogían de la mano y me arrojaban cantando a los brazos de mi casa. Y después de cenar, se replegaban protegiéndome de los terrores nocturnos, de los ladridos de los perros de la noche.

Pero esta tarde de vuelta a casa, veo que, donde antes orgullosamente lucía un sencillo rótulo que ponía Carril de los Cipreses, obreros del ayuntamiento han clavado en una barra de hierro un cartel crucificado con el escueto letrero Camino de la Uve. La imaginación del concejal de Pedanías, (o en su defecto, un anónimo funcionario de regleta y cartabón, hombre indefinido y opaco), no se dejó inspirar por la bucólica y sugerente revelación de un paraje en plena epifanía primaveral. Y han rotulado esta calle con el nombre de la Uve. No tengo nada contra las letras del abecedario, y menos con ésta, que parece dulce, modesta y labialmente apasionada, aunque, eso sí, un tanto ambigua; pero esta vigesimocuarta letra del alfabeto español no es, a mi juicio, nombre ajustado ni da la talla para designar un camino de cipreses florecidos.

El nombre de mi calle es ahora un tanto frío e indiferente. Tampoco huele a menta y limón. No dice lo que quiere representar. Es como si a un niño le llamáramos ocaso, o palo de fregar, al rosal. Que no hay que confundir el culo con las témporas.

Y lo peor, no es acertar en poner nombre a una calle. Lo malo es si, mañana, cuando regrese, después de habérmelas visto con una ciudad de neologismos incomprensibles, sabré llegar hasta aquí. Extinguido y arrancado de raíz el viejo nombre de Carril de los Cipreses ¿qué árbol, qué flor o brazal me abrirá, entonces, sus puertas, para así poder entrar confiado y jovial en la casa de mis pasos hallados? Ni el narciso, ni el laurel, ni el galán con su perfume ahuyentarán mis angustias, desventuras y miedos.
¡Nombre, nombre,
no te escondas,
no te borren,
que me pierdo!


1 comentario:


  1. ¡Que ocurrencias! ¡Nombres de letras! ¡Ni que no hubiera nombres suficientes des árboles, plantas, flores, ríos, montes...
    Están locos estos romanos.

    · Un abrazo

    · CR · & · LMA ·


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