domingo, 16 de febrero de 2014

Las fronteras matan






Ninguna flor renace y extiende inútil el arco iris de su esplendor. La vigorosa flor malea sus pétalos al vacío inhabitable, la hambruna de unos ojos inexistentes, y llora retorciéndose entre las espinas del cactus que la resguarda. No hay flor bella que no sea contemplada. Por eso el día que Yves conoció a Clea, cogió esta flor, y antes que su candor se apagara, o que su aroma se desangrara en las alambradas del desierto, vertió el rocío sobre su cuerpo desplegado. Derramó el elixir de su cáliz sobre la alfombra de la piel de la mujer. Y con el ungüento de su lascivia Yves escribió en cada uno de los recovecos de la sensibilidad aterciopelada de Clea la promesa de atravesar juntos los tenebrosos Mares de Estigia.

Para Clea, el amor son olas que se renuevan sin cesar. Cuando Yves y Clea se comprometieron, el mar fue testigo de su encuentro. Quieta y tranquila, seductora, hospitalaria estaba la orilla. Los ojos aventureros de ambos navegan a nado, sin equipajes, abiertos a la aventura, tan indefensos como valientes en busca de libertad, la otra ribera: un destino digno. El amor es una sorpresa. El agua los arrastra hacia la playa. Ives y Clea se impacientan por alcanzar el milagro de un viaje, su boda a lo desconocido. A Clea se le abren las carnes de su ser, y se siente casi parte ya de la otra orilla. Mueve sus pies desnudos. El agua azota su descarnado cuerpo. Balas de goma. El olor fresco de las rocas próximas agita aún más los brazos de Yves. Botes de humo. El miedo, la zozobra, el acoso de los guardias, el fogueo de los fusiles, su acosadora y militar presencia paraliza, engarrota su nadar desesperado. Asfixia por inmersión. ¡Mentira! Delito por omisión de auxilio.

Un mar de guardias civiles pasivos, indiferentes arrastran los cuerpos sin vida de los inmigrantes, clandestinos, maltratados por la caridad institucional e hipócrita de los estados. Ibrahim, Keita, Larios, Amand, Blaise, Yves,... El murmullo de las olas se confunde con el suave fragor de un amor que se extingue entre espumarajos, frente a las órdenes de la guardia fronteriza, y las oraciones inútiles de los náufragos. Lenguas de arena y algas, ojos de color ardiente, cuerpos muertos. El cáliz y la corola de la flor de rojo exánime, descuajados, son llevados a ninguna parte. El averno de su malogrado destino. Un ramo de flores tirado en el suelo. Fin de un viaje de boda. Paraísos perdidos.

Los cuerpos de Yves y de Clea, brillantes y plateados por las lentejuelas doradas del relente de la mañana, tendidos quedan en la orilla de una playa, frontera, valla y escarnio, vacía de mar, conciencia humana y sentimientos. 

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