lunes, 13 de enero de 2014

Pedro Sánchez



Fui a verle. Me dijeron que estaba muy enfermo. Dorada espiga ya para la siega. Llevaba dos días que apenas comía. Dormido casi todo el tiempo.

Cuando entré en su cuarto, me llamó la atención el respaldo de la cama. De sus barrotes colgaban dos muñecas de trapo. Nada de santos, ni crucifijos. Su fe: el camino. Los otros: su religión. Y su credo: el amor. La trenza de una de las muñecas, la del color azul, rozaba suave su cabeza. De vez en cuando Pedro respiraba fuerte, y vi como el aire azul de la muñeca alentaba su corazón.

Le di la mano. Y con las suyas apretó las mías con fuerza, al tiempo que me dijo con coraje: Te quiero mucho. Me quedé mudo. No supe reaccionar. Deberían haber sido más bien mis palabras las que aliviaran su dolor. Le dolía mucho la espalda. Una vértebra resquebrajada. Sus espaldas, ¡siempre tan anchas y erguidas para la solidaridad y la lucha!

Conociendo su pasión por los libros, le dije que estaba leyendo El jugador de Dostoieski, y se le soltó la lengua. No entendí muy bien lo que me dijo, pero seguro que me habló del amor paradigmático entre Alexis y Polina.

Le pregunté por los naranjos, el laurel, los parrales de su Alhama. Le hablé de la lluvia, de su nieto, el futuro que por allí diciendo corría: abuela, abuela, el abuelo está despierto. Pedro alzó las manos como dos montes en medio de la tormenta.Y respondió con sus ojos alegres: ¡Sí, sí, estoy aquí!. Y se quedó de nuevo dormido.

Me senté en el ángulo de la habitación, en un sillón retirado que allí había. Y esperé. Mi mente se quedó también muda como mi boca, ensordecida. La muerte, sordina lenta de los sentidos. Silencio. Silencio que él mismo rompió al rato para decirme atento, abierto y dispuesto: Habla, Juan, que te escucho.

Y envuelto en la nada de aquel silencio, levanté mi vista, movido por los colores encendidos y festivos de un cuadro que de la pared pendía. Y la pintura me proporcionó tal goce, que creí estar junto a Pedro, los dos, y sus amigos juntos, el pueblo entero, bajo la sombra de aquel frondoso árbol del Jardín de las Hespérides. Todos saboreando de sus edénicas manzanas de oro.

Pedro cierra, ahora, los ojos, tranquilo. Se quedó feliz, de nuevo dormido, dormido,... como el sol apacible cuando nos dice adiós por el ocaso. Beati dormiunt in somno pacis.

1 comentario:

  1. La trenza de una de las muñecas, la del color azul, rozaba suave su cabeza. Imagino las ramas del laurel crujiendo en palabras con ustedes. Tal vez era de mañana o temprana la tarde. Despedir al amigo antes de la siega en paz,, en silencio luego de la lluvia, Bella vida.

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