miércoles, 15 de enero de 2014

Frívolo





La oveja negra
pace en el campo negro
sobre la nieve negra
bajo la noche negra
junto a la ciudad negra
donde lloro vestido de rojo.
(Bajo la lluvia ajena. Juan Gelman)


La palabra entre la noche va perdida. Viste de negro reluciente. Perdida ande y ande para siempre. Así, mi busca terca jamás sabrá su vanidad de estrellas muertas.

Me despeloté ante el monte por testigo, santuario natural entre los pinos. Y el verde de la inocencia sibilina me hizo un guiño: que no creyera en mis verdades.

Fui por unas horas demiurgo. Critiqué, me reí de mi yo más querido, como aquellos otros dioses del Olimpo que utilizaban a los hombres como naipes para jugar a las siete y media. Imité a Urano vomitando hijos, que con tanto amor creara. Y jugué hasta el orgasmo con aquella palabra que cual árbol de papel me alejaba de mis raices con el viento y sus semillas, millas y millas. Sin saber, me jugué como un chiquillo mi emoción al rouge, y la bola de mis sentires cayó en el noir. Me desmadré terapéutico para acabar des-con-sol-hada-mente.  Después bauticé a los árboles que cobijo me dieron. A uno puse por nombre Lesbos; al otro Afrodita; al del fondo, Generoso, y al del más allá, Mediodía, el caballo encendido del sur. Luego, cada mochuelo, otra vez, con su esqueleto al olivo.

Busqué anoche la palabra que a mi olvido no venía, a pesar de haber estado conmigo durante todo el día hablándome veleidosamente de lo humano y lo divino.

Atravesé los siete sueños, los siete ríos subterráneos de mis instintos inferiores. Me alcé sobre los siete cielos de su imagen más bella y cenicienta. Escalé las siete montañas del sumergido sexo continente, las siete cúspides de mis instintos superiores. Y el vocablo no venía.

Ni mérito, ni ético,
ni prístino, ni vívido,
ni fétido, ni gélido,
ni cálido, ni máximo.
Tampoco, sensato.

Sólo sé que esdrújulo como un túmulo era su acento funerario. Siempre fui alérgico al énfasis estúpido y decrépito de los versos al modo más vesánico.

Con ellos siempre el vértigo ponía inseguridad a mi estabilidad frágil y movida. Cada vez que en ellos me subía, me perdía como un gato sin rabo en la montaña rusa.

Yo buscaba esa palabra. Sabía que junto a mí dormía. Y si acaso a mi boca el vocablo trásfuga venía, el descalabro más aún aumentaría.

Y nada más llegar el alba, vi que su nitidez más siniestra reflejaba con mayúsculas en la propia figura de mi cara abyecta la palabra olvidada: frívolo.



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