lunes, 16 de diciembre de 2013

El genio del tiempo



Soy huésped de lujo del bancal de este hotel. Rústica suite, bucólica estancia, living de alondras y mariposas. Labriego que sacio mi peregrino vivir a destiempo, sin darme cuenta, en un tálamo de surcos, albahaca y azahares.

Si tu, lector de Adeshoras vinieras ahora, me encontrarías dormido con mi cabeza plácida sobre el fuelle de mi pecho, cobijado, bajo la sombra de este parral, baldaquino de emperadores y de uva blanca, en un sueño de placer reposado que huele a presente, a tierra fresca. Y mi sombrero de paja caído, en el suelo, lo mismo que mi estar no estando, obnubilado.

Me levanté al amanecer, cuando el beso del alba despertaba al día con labios de quietud infinita. Y me puse a caminar muy temprano hacia la Huerta Arriba, donde cultivo un pequeño roal, no mayor de una tahúlla. He venido por la herradura que corre junto a la acequia mayor, la que por aquí llaman la "soberana", por su frondosidad y galanura.

Por el sendero del agua me crucé con el rojo oscurecido del romper de las hojas de los rosales, esos que dan al camino de regantes; y no he sentido el quebranto de sus espinas. Ni siquiera he respondido al florido granado que con sus lamparillas carmesí me ha saludado amablemente. Espesos manojos de manzanillas han acompañado la flema de mis pasos ciegos durante el trayecto. El aroma de la hierba buena perfumaba las costras de mis pisadas desaboridas. Y yo sin agradecer su caricia. Las matas de los vinagrillos estiraban sus delicadas cintas rematadas por el amarillo de su rizado campanilleo. Y yo arisco a su incontinente contoneo. He visto sin mirar el crecer de los juncos en el recodo del azarbe, limpios, sin nudo alguno en sus estirados y elegantes latiguillos. Muy mal ha sido por mi parte, andar rodeado de margaritas, escuchar sin oír a los pájaros, tocar y no sentir el rocío de las hojas del limonero. Un despilfarro, un suicidio, el no agacharme al reclamo de las violetas silvestres, no deslizar mi mano vergonzosa por el azul de los lazos de las plantas de los ajos. Cada uno tendrá sus motivos para huir de sus miserias, pero yo esta mañana no he tenido razón alguna de pasar sin darme cuenta por el musgo del camino que me ha traído hasta la huerta, este jardín de limoneros, museo cargado de luces blancas.

Me figuro que a ti también te habrá ocurrido. Después de un largo rodeo, vuelves a casa sin recordar los lugares por donde has pasado. Inconsciencia de ese andar reflejo, automático, como quien da palos al agua. Ser caminante de un carril olvidado, sin huellas, trozos rotos y perdidos de un vivir ausente, evaporado.

Y una vez aquí, antes de que el calor apretara mis carnes deshidratadas, ya tenía yo barbechado dos cuartas de tahúlla, y aventada las humedades cálidas de la alfombra verde del huerto que han inundado enseguida de sensualidad y aroma nidos y palomares. Y es ahora, después de echar mi peonada, que me doy cuenta de lo desconsiderado que he sido con la naturaleza. Ella se me ofreció desnuda cuando esta mañana venía hacia acá. Y yo sin enterarme de que la abeja fecundaba delante de mis narices la flor de los ciruelos. ¡Es una lástima que la vida siempre me encuentre ocupado en otra cosa! A destiempo vivo. Seguro que moriré también con el pie cambiado. En las penas, río. En el llanto, canto. Por el día duermo. Y en las noches, con los ojos abiertos ahuyentando expectros.

Ahora descanso bajo la parra en plácida duermevela. De pronto, el traqueteo de una cabezada, me despierta. Sentado estoy en el tronco viejo de un árbol talado por la sequía, la modorra y el olvido. Apoyo mi espalda contra la pared del cobertizo. Me desperezo. Miro con orgullo la tierra recién removida por una peonada de sudor y azadas. La mano abierta descansa sobre el juego de mi rodilla doblada.

Bebo ahora de la cántara un buen trago de agua con anís, y miro reconfortado el manto marrón de los caballones recién levantados. Una tímida pareja de gorriones se acerca a la humedad horadada. Los alegres racimos de uva cuelgan como campanillas de oro por encima de mi cabeza. Y mi corazón se dilata de vinos y transparencias.

Y siento la dulce nostalgia de mi caminar ausente. Y quiero robarle al pasado el rico instante que me dejé olvidado esta madrugada cuando a mis faenas venía por el sendero del agua. No quiero desprenderme de ese trozo de felicidad, si es que lo viví, aunque con mis ojos vendados. Mañana, después de muerto, no quisiera contabilizarlo en el debe. Que no quiero que el olvido me quite lo "bailao". Quiero tatuar para siempre en mi piel de esparto y azucenas ese instante, que cual azogue se me escapó, se perdió entre las piedras del camino.

Y ensomniscado como estaba por las faenas del día, le supliqué al Genio del Tiempo que me concediera el milagro de revivir de nuevo ese mi caminar prístino, instante de goce y calma. Pero mi ruego no era escuchado. Y hasta le prometí al Genio, que a partir de ahora, mantendría siempre los ojos bien abiertos. Y hasta se lo dije con las mismas palabras de aquel otro viejo avariento, el señor Scrooge del Cuento de Navidad de Charles Dickens: Viviré en el Pasado, el Presente y el Futuro; los espíritus de los tres me darán fuerza interior y no olvidaré sus enseñanzas; pero mi súplica cayó en saco roto.

Y en la misma línea de meta, enseñándome su reloj de bolsillo el Genio, -me dijo lacónico y distante: Out of time, Agua pasada no mueve molino. Por cierto, vi entonces como el espacio se posaba en una de las agujas del reloj; y en la otra, una tórtola en equilibrio, como en la copa de un ciprés en una tarde sin viento, entretenida. Aleteados por mi presencia, los dos -el espacio y el ave- atravesaron las barreras de la mañana formando un ángulo plano sobre cuyos rayos, por arriba y por abajo, por el este y el oeste, se columpiaban las circunferencias de todos los mundos. Y de nuevo me dijo el Genio del Tiempo:
Jornalero a destiempo, una última oportunidad te concedo. Para reparar lo que perdiste, harás el camino de regreso con los ojos bien abiertos, y verás así como las abejas fecundan la flor de los ciruelos.
Luego a la tarde, en mi camino de vuelta a casa, vi por el sendero del agua al Genio del Tiempo volver también a su origen cero, vértice desde donde arranca el presente y el pasado antes de que éstos fuesen creados.


1 comentario:

  1. Disfruto el uso d las palabras, la naturaleza que sientes y me haces sentir, el uso del mirar-contemplar y de la mano descansando sobre la rodilla doblada. Ese ser d ir abierto, para q la naturaleza le llene. Aprendo

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