martes, 19 de noviembre de 2013

Mediocridad endiosada


Nunca creyó en los héroes, mejor dicho nunca tuvo la suerte de que ninguno de ellos le cautivara tanto como para envidiar sus patrañas. Ni siquiera los héroes discretos, a decir de Vargas Llosa, fueron merecedores de su estima. Cuanto más bizarros decían ser, Norberto más se reía de sus hazañas sonadas. ¿El motivo? ¡Ay que ver con la manía que tiene todo el mundo de creer que detrás de cualquier cosa siempre hay una razón que justifique su existencia! Nunca le habían gustado a Norberto los héroes, y basta. Las flores son bellas porque sí. ¿O acaso tendríamos que atribuir su aroma al lucero del alba?

Y le decía don Pelayo al joven Norberto:
Eres un engreído. Hasta el mismo Dios tuvo que echar mano de la oscuridad para crear la luz. Los modelos y paradigmas mueven nuestros pasos en pos de horizontes de grandezas. Los líderes son los que aglutinan nuestros deseos en favor de las ideas universales. Necesitamos de ellos como el niño que se agarra a la mano de su padre para cruzar la calle abarrotada de peligros. Sin nuestros caudillos aún estaríamos en las cavernas ¿O acaso la situación de penuria por la que atravesamos no se debe precisamente a la falta de adalides que salven a los habitantes indefensos de Gotham City, de la isla de Perejil, o de las cloacas del metropolitano de París?
Don Pelayo, el comecoco de aquel tardofranquismo de la adolescencia de Norberto, quería que los jóvenes admiraran las victorias de don Rodrigo Diaz de Vivar.Y como profesor del Espíritu Nacional  les hacía cantar a sus alumnos los himnos de la Falange: Nuestra sangre es eterna y antigua / como el sol, el amor y la mar; / por las glorias de siglos de España, / no parar hasta reconquistar.  Pero cuando Norberto supo que no era el Cid quien acuchillaba con su Tizona a los pobres sarracenos, sino el cuerpo embalsamado y muerto, un muñeco de trapo encima de un caballo famélico llamado Babieca, al joven se le cayeron los palos del sombraje. Y desde entonces, los héroes para el muchacho fueron un mito, una leyenda, la lección fraudulenta de algunos interesados para que el mundo siguiera creyendo en la mentira como valor del cambio.

Y así fue como Norberto vino a interesarse por la mediocridad como virtud indispensable para vivir con dignidad la humilde condición de ser hombre. Nunca quiso ser baranda, ni lamer con su mano el culo de ningún héroe o villano. Y este fue su oficio mientras vivió, asumir día a día que no era mejor ni más que nadie. Y así fue como nunca quiso ser Batman, ni Spiderman, ni siquiera el Capitán Trueno.

Y esto mismo dicho de manera tan sencilla como congruente, no deja de ser una autosuficiente petulancia de otro héroe más atiborrado de una falsa mediocridad endiosada.

Y fue entonces cuando, instantes antes de morir don Pelayo, aquel forjador del Espíritu nacional, y padre del ideario de los principios patrios, cual otro Aquiles consciente de su irremediable muerte, le dijera también al dios griego Apolo:
Hubiera preferido ser siervo en una casa pobre en el mundo de los vivos que rey de reyes entre los muertos. Tu me has engañado. Tu el más funesto de los dioses. Yo te castigaría si tuviera poder para ello. 

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