lunes, 5 de agosto de 2013

El sol de los tomates



No me explico como en menos de un segundo, y sin alteración visible, nuestra vida pudo dar aquel vuelco. Yo siempre había creído que todo cambio debe ir precedido por una manifiesta revolución costosa y duradera. Nada del aspecto de mi novio, durante la pelea que mantuve con él, cambió en absoluto. Y es que hay cataclismos que a simple vista no se notan.

La piel de Ángel, o mejor la corteza epidérmica de mi novio, tenía tal espesor, que impedía que yo me diera cuenta de lo que cocía en sus adentros. Por el sonrojo apabullado de un joven podemos adivinar hasta qué punto sus huesos se derriten por nosotras. Y en el morado de los labios de un náufrago sospechar su ahogo inminente. Sin embargo dentro de las entrañas de mi novio pudo explotar en aquel momento la mismísima bomba de Hiroshima, y continuar su cara como si nada, impasible e intacta.Y yo sin saber la cuantía de megatones de indiferencia que en su interior acumulaba.

Sus ojos fijos, como si fueran de granito, sin pestañear apenas, como los del Cristo de Monteagudo. Dos tizones quietos como un muñeco de nieve, encima de su nariz de pimiento morrón. Y a pesar de nuestra disputa, ni los ojos, ni su nariz se movieron de su sitio. Si Ángel en lugar de tener el corazón escondido en los escrotos, lo hubiese tenido en la palma de su mano (como corresponde a un buen amante), me habría dado cuenta de la vulnerabilidad de sus sentimientos. Y nada de aquello habría pasado. Un error de cálculo. Desconocer el límite de su resistencia. Y al ver que mis ofensas en nada le alteraban, más y más yo subía el volumen de las injurias. Llegué a llamarlo hijo de puta, cabrón, mala bestia. Pero mis ultrajes nada le afectaban. Al menos eso pensé por el nulo resultado de mis palabras. Estaba completamente equivocada. Ángel seguía teniendo las manos unidas por la parte de abajo de sus brazos que le colgaban como dos ramas de la que pendían sus dedos abochornados, por no decir contenidos, acojonados. Y es que cuando el corazón no tiene boca para chillar contra el dolor de un insulto, hablan los dedos constreñidos, o sus pies en polvorosa.

Cada vez que Ángel se encrispaba por dentro, sus dedos se le agarrotaban congelados, o como sacudidos por una descarga eléctrica. Y se alejaba del conflicto reprimiéndose para así salvar nuestra relación amante. ¡Que hay que dar rienda suelta a los sentimientos si no queremos que ellos nos maten! El bosque necesitó mil años para pintarse de verde y sólo bastó el encendido de un rayo para ennegrecerse de ceniza. Mi provocación no despertaba el fin que me proponía. Quería sacarlo de sus casillas, que él se pusiera a mi altura miserable, que me diera motivos para yo aún más encender mi furia en su contra. Quería conseguir que él fuera tan borde conmigo como yo cruel y despiadada hacia con él lo era. Y así en igualdad de condiciones salvar nuestro noviazgo. Y es que lo que más odiaba de Ángel en aquel momento era su bondad y comprensión hacia mi brutal deslealtad.

Si un puñado de tomates recién cogidos de la huerta no pueden disimular la energía del sol que llevan dentro, ¿por qué mi novio no supo sacar fuera su cólera contra mi despiadado comportamiento? Su inhibición, bondad, respeto, o apatía ¡maldita sea! es lo que acabó ¡qué sin sentido! con nuestra relación amante.

1 comentario:

  1. De cualquiera de las maneras, si lo que quería era acabar con la relacción, consiguió su objetivo.
    Ángel creo que salió ganando.

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