viernes, 17 de mayo de 2013

Lo que esconden las palabras




Lo que esconden las palabras, fue presentado ayer en la Bibioteca de Molina de Segura por un grupo de entusiastas neoliteratos nacidos al calor de un taller de escritura comandado por Rubén Castillo. Atraido por el título tan persuasivo del libro, allí me dirigí por ver si ya de una puñetera vez este grupo de escritores me revelaban el secreto de las palabras. Las palabras, como copos de nieve, siempre se me han derretido en las manos. Se me mueren las palabras cuando intento abrir lo que llevan dentro. Toneles agujereados, el caldo de sus vinos volatizado.

Seguir el rastro de las palabras es no sólo difícil, sino asunto arriesgado. Sé yo de palabras sanadoras, (lo reconozco) como aquellas de mi madre, cuando apenas tenía yo dos años y me rompí una ceja contra el escalón del porche. Bastó con decir dos o tres veces sana, sanita, culito de rana, para que mi llantina cesara como un milagro. Pero conforme fui creciendo, no siempre las palabras, fueron bálsamo de Fierebrás para mis heridas y cornadas. Recuerdo también aquella otra vez que una palabra me rompió el alma. Fue la primera vez que me llamaron miserable. Hasta hoy me duelen los arañazos de sus letras como garfios en  mi carne quebrantada.

¿Dios, la Muerte? ¡No! Ayer tarde no estaba yo desocupado para palabras tan abstractas. Por ahora convivo armoniosamente con ese tipo de dudas. Además el temor y el miedo son consustanciales a la naturaleza humana. Ayer, cuando asistí a la presentación de Lo que esconden las palabras, iba yo preocupado, sobre todo por la palabra Desahucio. Acababa de saber que un hombre de La Ñora se había ahorcado tras recibir un aviso de desahucio. Y quería yo conocer qué veneno tendría en su interior aquella maldita palabra para que un pobre hombre con tan solo escucharla, muriese en el acto.

No quiero ahogar yo esta mañana la fiesta que siempre supone ver el alumbramiento de un libro. ¡Por supuesto que no! Al contrario ojalá la literatura, y este manojo florido de nuevos escritores con sus palabras mágicas, consigan bonitamente, al igual que Don Quijote con su redoma particular, ensamblar las partes quebradas del cuerpo de nuestro emponzoñado mundo, y así dejarlo más sano que una manzana.


1 comentario:

  1. Tus palabras, Juan, le sacan zumo al jugo. Y, a veces, parecen abrirse para enseñar lo que guardan en sus entrañas. Me uno contigo a la hora de querer descifrar el significado de las palabras abstractas, intangibles. Con esas no puedo, me llevan al axioma filosófico: El estado de duda es el estado perfecto.
    Un abrazo.

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