martes, 26 de marzo de 2013

Buenasombra





Supongamos que estamos en un desfile donde se exhiben las mejores vestimentas de la época. Y nuestros ojos se van en pos de un descosido más que tras una prenda a la perfección confeccionada. Nos fijamos en la caída de un velocista, segundos antes de llegar a la meta, y nos olvidamos del nombre de su rival ganador. ¿Somos por naturaleza compasivos, más que jaleadores? Ello nos honnraría como especie. Un error puede ser más útil y vistoso que mil aciertos. Y si no que se lo pregunten a la Torre de Pisa, que debe su celebridad a la pésima cimentación de su enclave, por no referirme a la Biblia, con más de dos mil errores en su haber, ¡y es el libro más vendido desde que se inventó la imprenta!

Tal vez por eso, aquel escritor no conseguía que le publicaran libro alguno, a pesar de los cientos que enviara a editoriales y agentes literarios. Y se aventuró a introducir en uno de ellos -no sabemos si a propósito- un error sonado que le abriera las puertas de la fama. Me refiero en concreto a don Liborio Cuestarriba, hasta ayer, novelista rechazado por los medios y los críticos. Pero desde el momento en que un corrector avispado, se diera cuenta del gazapo introducido en su manuscrito Buenasombra, todo fue para el señor Cuestarriba publicar y agasajo, ediciones a granel, presentaciones en las mejores ferias y bibliotecas del país. El equivoco en cuestión se corrió como la pólvora, ¡que tiene el desacierto las patas más largas que el cuello de una jirafa!

No hace falta decir que el error en cuestión no tiene por qué ser grande y manifiesto, que a los estudiosos les gusta ser considerados por su sibilino y minucioso olfato. Que cuanto más pequeño es el objeto de su pesquisa lograda, pareciera que mayor fuera su mérito.

El error cometido por don Liborio fue un simple anacronismo introducido en la página 142 de su novela. Allí habla el autor acerca de Marco Aurelio y Cleopatra. Liborio Cuestarriba dice textualmente que estos dos notas de la Antigüedad se odiaron a muerte para enamorarse eternamente. ¿Un lapsus linguae? ¿Un gatillazo histórico? ¿Una metáfora a contratiempo? No lo sabemos. Lo que sí es cierto, que Cleopatra, la reina de Egipto, y el emperador romano, Marco Aurelio, no fueron de la misma quinta. Es como si le acusaran de promiscuo a Zorrilla por permitir que don Juan Tenorio (a.1844), se acostara con doña Jimena (a.1100), la mujer del Cid. Pero digo yo ¿qué importancia tienen doscientos cincuenta años, medio siglo, o una era, para aquellos que se aman in aeternum?

Y para terminar, un curioso añadido. Como dije, muchas versiones y traducciones se hicieron después de Buenasombra, ya con el dato corregido; pero ninguna de ella fue vendida tanto ni mejor como la primera, aquella que en su página 142 confundió a Marco Aurelio con Marco Antonio el Triunviro.

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