jueves, 28 de marzo de 2013

Getsemani


El alma de su cuerpo es el fuego, como lo es la flor del peral, del humo, su manifestación etérea y blanca,  Ave Fénix en volandas, quemada y desintegrada en el verde azul de las hojas del cielo. Vaporización del yo a base de hiel y vinagre, espinas, flagelación y escarnio. Patibulario de San Simismo.

Y siente el Insumiso de Palestina, como la palmera destrozada, que se abrasa, y que se muere, y se convierte en lo que siempre fue, al decir de Rimbaud,  je est un autre, de su conciencia extrañado, dilatado, y confundido en el Otro, los demás, el prójimo, los desahuciados, los niños, los anawin del sistema. Ya no es El el que piensa y habla, muerto como va a ser dentro de poco en la cruz, excomulgado por la cristiandad dominante. Yo soy  el otro, el que le piensa y habla en esta tarde de Jueves Santo a la hora encriptada del prendimiento, en la que quemo los rastrojos de la poda del invierno oscurantista, soliviantado y solipsista, para que florezca exultante y generosa la primavera, como el Cirio Pascual de la Utopía Prometida.

Y como dijo el mismo Pessoa por boca de Bernardo Soares al hablar de sus cosas escritas, yo también, abandonado y solo, aquí en este trozo de bancal enterrado, me acuerdo de mis tiempos pasados, de clérigo, cofrade y devoto, seguidor de los pasos de la Semana Santa:
Y los siento yo, pero como en otra vida de la que hubiese despertado como de un sueño ajeno. (El libro del desasosiego)

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