domingo, 6 de enero de 2013

La yucateca



Camino por las ruinas megalíticas de Stonenhenge. Atravieso Rodas, donde veo la “Anticira” con sus treinta y dos ruedas de bronces, el Patio de Los Relojes de Madinat al-Zahra. Contemplo la gran clepsidra de la Torre de los Vientos de Atenas. Recorro las enigmáticas construcciones de la isla de Pascua. Paseo por Florencia. Llego hasta las orillas mismas del Rin, Estrasburgo, su catedral, a los pies de un reloj astronómico, donde escucho como la muerte toca las horas.

Y oigo que la bella yucateca, después de alentarme a seguir adelante, sin apenas abrir la boca, persuasiva me susurra:
No hay reloj en la tierra que pueda devolverte tu pasado, sígueme y no retrases tu camino.
Luego de un breve descanso en Rajasthan, la India, inicio otro largo recorrido por pantanales infestados de cocodrilos con ojos de copal ardiente. Atravieso un cementerio vallado de anémonas y corales. Hasta que por fin, llego a Teotihuacan, la ciudad donde los hombres son dioses.

En el centro de su plaza, se levanta un gran Observatorio en forma de caracol. Aquí, confluyen las grandes avenidas de todos los pueblos del mundo. Entro en su mirador sagrado, una cámara ovalada, desde la cual contemplo todo el firmamento. Cuatro ángeles sostienen los puntos cardinales del infinito: al norte, Xaman, de color blanco; al sur, Nojol, de amarillo; al este, Lak'in, rojo; y al oeste Chik'in, de color negro. En medio de la sala, el fuego calienta una gran caldera de barro, el Hanal Pixan, el alimento eterno. La yucateca se viste con ramas de ceiba, flores silvestres, cubre su frente con una cabeza de serpiente, y se coloca en el centro de la sala presidiendo la ceremonia.

A mí me reservan un lugar cerca de los cargadores del tiempo. La yucateca llena, ahora, de aguardiente bien subido las grandes mochilas donde se almacenan los días. Como es noche cerrada, el sol anda fuera, disfrazado de jaguar, rugiendo contra las alimañas. Con un guacal de plata en sus manos, la bella yucateca, luego de darme un beso en la boca, me invita a beber del trago sagrado.

Mientras tanto, los reunidos no cesan de beber, bailar y cantar: Lakin-ik. Kilkin-ik. Nohol-ik, xaman can. (El pasado no se destruye, está dentro de nosotros, no hay palabra olvidada que no regrese). Falta ya muy poco para que el sol se pose, justo en el centro del cielo. Siento temblar los huesos de mis piernas como campanillas en día de difuntos. Y oigo de nuevo a la yucateca que me dice:
No tengas miedo. Nubes oscuras cegarán los ojos de tu memoria, pero Itzamná, el dios sol, después de haber alambicado tu pasado en el crisol del olvido, los abrirá luminosos para siempre.

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