miércoles, 9 de enero de 2013

La muerte del escritor



Si escribir es morir, como decía Maurice Blanchot, ¿acaso no es también resucitar?

El otro día, con motivo de la presentación de Molínea 33, un contertulio decía que a él más le importaba su obra, que su autoría, y que por tanto el escritor debía desasirse, desaparecer, morir en sus letras. Y yo entonces me acordé de Lacán, cuando dice que el goze es la castración. Y así, nos afanamos en huir de la realidad, para encontrarnos en la representación, en la palabra, en el concepto, como idea de lo universal frente a lo perecedero.

Los que, como mi amigo contertulio, afirmamos altruista y modestamente, que el escritor debe autoinmolarse en aras de su libro, ¿acáso no nos engañamos y mentimos disfrazándonos de superhombres humildes? Pues como muy bien comentaba otro compañero en la tertulia, nadie escribe para no ser leído. Y al no poder perpetuarnos y trascendernos después de muertos, lo que hacemos es desearle al menos la suerte de la inmortalidad, si fuera posible, a algún escrito nuestro.

Y al hilo de la muerte-resurrección del escritor, pienso que, si de las tantas cartas que me enviara mi madre, los años que en mi juventud estuve alejado de la casa familiar, hubiese guardado siquiera alguna de aquellas sencillas, queridas y espontáneas epístolas, hoy, al poder releer, aunque sólo fuese su firma, la tendría a ella misma en persona, aquí ahora a mi lado, eternizada en este instante.

Y otro sí final. Recuerdo aquel día en clase de Literatura que me preguntaron por el año de nacimiento del autor de La Divina Comedia, y no supe que decir. Sin embargo aquella su inmortal frase a la puerta del infierno, Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate, nunca se borrará de mi memoria. Que llevo a Dante resucitado dentro de mí hasta que muera. E incluso, muerto yo, en sus letras, como en el nogal de mi huerto, seguirán posándose las palomas de mi vecino en este invierno de primavera.

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