domingo, 11 de noviembre de 2012

El último concilio





Aunque rompimos sus estatuas,
aunque las arrojamos de sus templos,
no por ello murieron del todo nuestros dioses. 
(Cavafis)


20 de mayo del 2020.

Les habla Rodríguez de los Santos, corresponsal de la “Las Ondas del Globo”. En este día trascendental me dirijo a todos ustedes a través del satélite “Regina Coelorum”.

La tarde en Roma es espléndida. Un sol suave derrama una pátina dorada sobre las cabezas de más de un millón de fieles que abarrotan enfervorizados la Plaza de San Pedro. Asistimos al mayor acontecimiento histórico de nuestra era: la clausura del Concilio Vaticano III.

Durante cuatro meses príncipes de la Iglesia, obispos y teólogos han reflexionado y rezado sobre lo humano y lo divino.

En estos momentos concluyen los cánticos que preceden a la proclamación de un nuevo Magisterio. Enseñanzas rejuvenecidas que junto a las de la Tradición, Nova et Vétera, serán a partir de hoy firme columna donde el cristiano fundamentará su fe.

Con santo aplomo e inspirada unción su Santidad el Papa se dispone a dar lectura del Acta Conciliar:

Oigamos en directo sus palabras:
Oh Dios, tú que conoces los corazones de hombres y mujeres, concede a este servidor tuyo, a quien elegiste como Pastor del Rebaño de tu Iglesia, acierto y sabiduría para transmitir al mundo entero la nueva doctrina que nos has revelado en este concilio que hoy clausuramos: 
Os traigo una Buena Nueva. “Ecclesia delenda est”. La Iglesia a partir de hoy nunca más será tropiezo de cristianos y gentiles. “El que hace daño a un niño más le vale que le pongan alrededor del cuello una piedra de molino y sea arrojado a lo profundo del mar”. (Evangelio de Mateo, 18,5).
Consciente de la trascendencia de nuestra determinación, la Iglesia Católica, por voluntad conciliar, ha decidido desaparecer como institución dentro del panorama religioso de nuestro tiempo. La iconoclasia y la apostasía ya no tendrán ningún sentido. Tanto el Dogma, el Infierno, la Ortodoxia como el Fanatismo, a partir de este momento, carecerán de toda base metafísica. Así pues nuestra herejía deja expedita la senda al verdadero conocimiento de Dios. “Si encuentras a Dios, mátalo” (Maestro Eckart). Nacimos para desaparecer, dar paso al Advenimiento del Hijo del Hombre.

A través de su peregrinar por el mundo, la Iglesia instituida, para ser camino de salvación, se ha convertido no pocas veces en pozo de perdición. (Sal. 55.23). Ha llegado la hora de inmolarnos. Y este Concilio, el último de nuestra Iglesia, es el altar propicio donde sacrificar nuestra subsidiaria existencia. La Parusía está cerca. Nosotros ya no somos necesarios. Nunca más nuestros credos serán banderas de guerra, confrontación y odio entre las diversas culturas que enriquecen la tierra. Esta es la mejor derrota que podemos infligir al Maligno: nuestra propia muerte, nuestra desaparición como Iglesia. 
Nacimos a la Iglesia por el Bautismo de las sagradas aguas. Esfumémonos ahora, diluyámonos bajo estas misma aguas para que al fin el mundo, libre de su ennegrecido velo, pueda contemplar "facie ad faciem” el verdadero rostro de Dios. (I, Corintios, 13, 12).
Podéis ir en paz, la Iglesia ha terminado.
Los periodistas y fieles que aquí nos encontramos no damos crédito a las palabras que el Santo Padre, entre lacónico y apodíctico, acaba de proferir.

El Papa abandona ahora el altar mayor. Se desprende de su tiara. Se quita el Pescatorio, el anillo que hasta hoy le ha distinguido como cabeza visible de la Iglesia, se desviste de todos sus capisallos, hasta de sus prendas más íntimas, camiseta y calzoncillos. Y es el primero en echar andar, desnudo por un mundo emancipado de religiosidades. Desaparece confundido entre la muchedumbre que abandona la plaza en respetuoso acatamiento.

Antes de finalizar esta retransmisión, tan sólo una advertencia, mis queridos radioyentes: Abrid bien los ojos, pues tal vez haya llegado ya la hora del Anticristo.

Desde la Ciudad del Vaticano, Rodríguez de los Santos, corresponsal de “Las Ondas del Globo”.




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