Limbo: Lugar adonde, según la doctrina tradicional cristiana, van las almas de quienes, antes del uso de la razón, mueren sin el bautismo. (Real Academia Española)
Al igual que Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso, hoy, a golpe de iluminada espada, un agente inmobiliario intenta echarme de mi casa.
Y le contesto:
Aquí vivo desde que tengo memoria.El promotor angélico promete construirme en tiempo record una casa enclavada en el mismo centro del término municipal del Cielo. E insiste:
En la nueva vivienda que te ofrecemos, verás el sol cara a cara; ya nunca más la tibieza enturbiará tu vista.Antes de decidirme, me lo pienso. Tendré como vecinos a toda esa ristra intachables de santurrones hipócritas que pudieron ser virtuosos porque sus doblones se lo permitieron. Estaré obligado a jurar amor a un dios parricida cómplice de la muerte de su hijo, además de creer en el rompecabezas de la trinidad y otras muchas cosas, como el tener hijos a granel, conocer a la perfección los límites del bien y del mal, no comer carne en determinados días, y otras cosas que no caben en mi cabeza.
Por tanto me resisto. Y le digo:
¡No! Prefiero seguir contemplando el crepúsculo de la eterna duda, que ser poseído por el intransigente resplandor del dogma en la nueva morada que me regalas.Para un niño sin acristianar como yo, el Limbo hasta hoy ha sido la ciudad donde ni la furia de la fe, ni la exaltación del ateismo deambulaban por sus calles. En el Limbo mi naturaleza, no contaminada por el deseo de un paraíso prometedor, ni tampoco atormentada por el irredento fuego del infierno, acampa por las calles de la incertidumbre tranquila, por los jardines de la eterna esperanza, las avenidas del no saber. Sin pena ni gloria. Mi estancia en este desapegado hábitat no necesita del antiretroviral del sacramento. Lo creado no precisa santificación. Mi naturaleza ni es inocente ni convicta. En mí no anida ni el pecado ni la gracia. ¡En el Limbo me siento tan a gusto! Aquí todo tiene su sentido. Un árbol es un árbol, tan sólo preocupado por dar sombra. El agua es agua, sin insecticidas que sulfaten los demonios que no tiene. En un país de penumbras mi piel no necesita óleos abrillantadores. Aquí los fantasmas están en su castillo. Los niños ajenos a catecismos y encíclicas jugamos en la placeta. La dicotomía beligerante entre los de arriba y los de abajo son para nosotros un sofisma ignorado. Para vivir no necesito de otro piso que no sea mi particular Limbo de siempre. Y aunque la casa me la dieran en plena Gran Vía del Cielo, no la quiero. Es más, considero esta proposición domiciliaria como un desahucio en toda regla. ¿A quién se le ocurriría quitarle al sol sus grises para que nos alumbre? Así que de nuevo me dirijo al agente de la inmobiliaria celeste:
¡Que no! No necesito redención alguna, ni casa nueva que valga mi cómoda estulticia. Puestos a demoler ¿por qué no le propone usted al promotor divino, que si precisa más superficie para ampliar su poderío, que derribe mejor los suburbios del infierno, y en sus terrenos construya un séptimo cielo?
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