domingo, 20 de mayo de 2012

Albóndigas con bacalao



La Casa de los Rumberos, antiguo refugio de labradores y silo de semillas y cosechas, se encuentra en la parte alta de Librilla, a la sombra de los montes de Carrascoy. Nada más el camino nos deja en la desembocadura de su abierta explanada, acogedora y firme, acacias y pinos nos dan contentos la bienvenida. Entre su arboleda destaca un enorme ciprés que nada tiene que envidiar a aquel otro de Silos enhiesto surtidor de sombra y sueño que inmortalizara Gerardo Diego. El ciprés al vernos se inclina para bendecir con su copa empapada del azul del cielo nuestra frente surcada de pesquisas y dudas, temores y deseos.

Si por delante, la casa se señorea con los alminares de su floresta empinada y verde, por la costera de atrás, el agua, el cauce alegre que viene de Ojos, endulza el aire, y envuelve todo el recinto con su canción sedante. La soledad aquí no está sola, que se siente acompañada del silencio, de la suavidad de los áloes, del brillo de sus moreras, del oro del mediodía, de la energía y el granate de los geranios, del abrazo de las palabras de unos amigos, conocidos y por conocer. Amigos, que bajo el palio de este sagrado pedazo de tierra agreste y tímida se han juntado al sabor comunitario de una flamante olla de albóndigas de bacalao.

Hace más de treinta años, una veintena de jóvenes plantaron en este campo un manojo de ilusiones, por ver si algún día floreciera la esperanza de una colectivización posible. Y en la coloquial sobremesa, tras el postre de los albaricoques rojo pasión, el bizcocho de llanda y un sorbito de anís, empiezan a salir de las paredes elocuentes y comprometidas de las estancias de esta casa, frases y pensamientos de los moradores que por aquí han pasado. Y sus voces se confunden con nuestros mismos anhelos y opiniones.

Haber sido hoy boca, delectación y condimento comunal y solidario nos ha sabido a espacio y tiempo grato de un vivir concreto y abierto, coyuntura puntual, diseminada encrucijada, coordenadas de un aquí y de un ahora entrelazado y abstracto por la férrea invisibilidad de una historia, que nos hermana con su envolvente, anónimo, universal y esparcido aliento. Y nos viene al recuerdo aquellos versos societarios de León Felipe:
"Poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo,
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros."


2 comentarios:

  1. Qué buena pinta tienen esas albóndigas de bacalo.¡me encantan!

    y cómo describes ese lugar parece de ensueño,allí tengo que ir...

    Ya te pediré la dirección.
    Besicos

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  2. Juan, has bordado una prosa poética con primor artesano, y eso hablando de comida y todo (qué buenas las albóndigas de bacalao, y si son en guiso, me relamo).
    Me encanta cómo has hablado de la buena tierra de Librilla. Mi sangre paterna se sonríe contenta.
    Un beso, maestro.

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