jueves, 1 de marzo de 2012

Solitarios versos



Tengo yo en la huerta mi rincón preferido. Un ángulo formado por la fresca sombra de una hilera de cipreses. Y veo el susurro de sus agitados penachos allá en la altura que no cesan de llamar la atención de un cielo desentendido de su pertinaz reclamo. El otro lado del recoveco angular al que con frecuencia acudo, sobre todo cuando mis caderas se quiebran por la dura labranza de una tierra requemada y dura, lo forma la vieja tapia de la caseta de aperos. En su base exterior con maderas de deshecho entablé una rústica bancada, asiento inspirado para mi reflexión y descanso. Aquí alivio ahora mi fatiga, la del cuerpo y la del alma, con un vaso de agua fresca en unas gotas de anís enriquecida. En esta pared, por el tiempo y el dolor descarnada, colgué, hoy hace años, parte del soneto que allá por el mil seiscientos veinte Quevedo compuso desde su exilio de la torre.
“Retirado en la paz de estos desiertos
con pocos, pero doctos libros juntos
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos”

Esta estrofa artesanalmente burilada en una plancha de metal es obra y obsequio de un amigo mío que murió desgarrado por un cáncer de hígado. Las hojas alegres de los almendros que resguardan este silencioso lugar proyectan su inquieta danza sobre la abstraída rima de estos solitarios versos estarcidos en la triste pared de mi cobertizo.

De vez en cuando acudo a este rincón. Y precisamente anoche, cuando la luna “casi completa” con su feraz hechizo henchía de savia amarilla la flor de la calabaza, fui a sentarme en el rincón preferido de mi lado oscuro para contemplar transfusión tan milagrosa y sentí que la luna llena se descolgaba del cielo. Vi su plateado fuego cual bólido mortal descender vertiginosamente sobre el blanco indefenso de mi cuerpo asustado. Me refugié en el cuarto de aperos. Y me acordé de cuando los primeros habitantes del planeta eligieron las cuevas para su vivir seguro.

Y me pregunto si aún andamos escondidos en la caverna, si es mejor vivir en el misterio oscuro, o ser colmados por los doctos libros que inundan de luz el ojo de la cerradura de las puertas de nuestra vida.

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