domingo, 22 de enero de 2012

El poder del ahora (II)



Escucho al dios terapéutico y sus profetas como si sus ínfulas sanadoras fueran mi propia voz desde la otra orilla; y me alejo aún más para no contaminarme por la proximidad de su pureza.

El pensamiento sin la conciencia se convierte en algo estéril, insano y destructivo.

Intento echar tierra por medio, arrancar la malas hierbas de las percepciones e ideas que me separan de la esencia. Y como Abraham, oigo una palabra interior que me dice: ¡sal de tu tierra y haré famoso tu nombre! ¿Acaso no saben los cielos que más allá de mi cuerpo, no dispongo de otra cosa? Y esta orden me trae de nuevo a la cabeza aquel otro mandato incomprendido del negarse a sí mismo del evangelio.

Y veo este presente elogiado y amañado por los libros de autoyuda y santería, el hic et nunc bombardeado, como el núcleo por los neutrones del pasado y el futuro. Si lograra neutralizarlos, momia sería deshecha y pulberizada. Y viene Heráclito en persona diciéndo que no me puedo bañar dos veces en el mismo río. Omnia in vita transibunt. ¿Acaso el aquí y el ahora no es otra ilusión pasajera, como el ayer y el mañana? Y ya puesto con el latín, digamos con Anaxímenes de Mileto omnia in unum.

Y la Presencia, esa dimensión superior de la Conciencia, es precisamente la Ausencia: ese escaparme para mejor conocerme. Los árboles de mis pensamientos y la espesura de las hortalizas de mis emociones me impiden ver el interior florido del bosque de mi nombre al completo y profundo. Y me resisto a lenguaje tan confuso, y a la vez clarividente y aséptico, con el que Tolle y sus acólitos curanderos quieren venderme la felicidad a costa de la memoria y la esperanza. Y me rebelo porque no puedo hacerles la contra, porque no tengo las cartas de la sanación que ellos marcadas tienen bajo la manga de su roquete almidonado.

No quiero que mi cuerpo sea campo de batalla, un experimento de salidas, regresiones, una guerra entre las fuerzas interiores que en mí habitan. Tan sólo quiero, sin perder mi cuerpo, como el hombre de espaldas sobre las rocas del pintor romántico, ante tanta confusión de nubes y olas de creencias y metafísica impostada, vientos de neurología y vísceras mezcladas, ser testigo tranquilo y silencioso del sin sentido de la vida que da sentido a mis días.

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