sábado, 21 de enero de 2012

El poder del ahora (I)



Alguien me pasó unas notas sobre El_Poder_del_Ahora de Eckhart Tolle. Y al hilo de su lectura tejí estas reflexiones sin puntada y sin nudo, sin orden ni concierto, más dirigidas a mi mismo, que como interpelación y respuesta tanto a su autor como al amigo que generosamente me las proporcionó.

No soy mi mente, como tampoco soy nada sin mi cuerpo. Y tengo tal barullo dentro que ignoro si soy conciencia, emoción o pensamiento.

Hubo un tiempo que viví muy al margen de los días, ora en unión cómplice con los dioses falsos, ora con las ideas absolutas, sin tocar nunca puerto. Tal vez fuera en aquella primavera ñoña de margaritas tristes de la que no sé ahora si añorar o arrepentirme. Gracias a aquel espíritu entre litúrgico y pedante sobreviví al frío, al hambre y a la monotonía, y al ardor de los amores en conserva.

Hoy, ya entrado en años me he vuelto como antaño, no sé si más contemplativo y menos realizado a la manera ecléctica. Me he despojado de mi mente, y soy por tanto más alma y sentimiento. Tampoco sé si esta actitud de querer yo ahora encontrar mi verdadera esencia más allá del nombre y de la forma, del pasado y del futuro, me aleja si cabe más de esa realidad que voy buscando y que me negaron en la infancia.

Con la nueva quietud que en el presente gozo, le doy más importancia a las capacidades ociosas. La belleza la encuentro, surge de mi actitud de presencia, atenta y desinteresada ante cualquier cosa. Soy más sensible al arte y a la música. Me mantengo al margen de toda razón especulativa. Y las lágrimas, libres de las cadenas del racionamiento y la filosofía, afloran dulces, sin la sal y el amargor de las heridas. El conocimiento, que hasta ayer era la vara con la que medía la inteligencia, hoy es un ruido pernicioso que me aparta de mi verdadera naturaleza. Y lo que ayer fue Ilustración y primacía hoy es Deshumanización y pozo del miedo, del dolor y de la angustia.

Como el monje de Friedrich frente al mar, con mi conciencia iluminada quisiera traspasar la negrura del océano libre de responsabilidades y al margen de la historia, ¡ay mísero de mí, ay, infelice!; y me confundo con el negro y con el blanco que se desparraman etéreos allá en la bajura de lo alto.

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