jueves, 3 de noviembre de 2011

Ganas de vivir



¿Es por eso que morimos tanto?
¿Para sólo morir,
tenemos que morir a cada instante?

(Sermón sobre la muerte. César Vallejo)

Hace años que dejé este mundo. Una injusticia quitóme la vida. Ya antes de nacer guardo certificado de defunción firmado por el gran matasanos de la historia.

Hoy, séptimo aniversario, respetuoso cumplidor de tradiciones y cultos, subo jadeando a donde fui enterrado. ¿Por qué todos los cementerios estarán cuesta arriba?

Una vez allí, leo mi nombre. Letras de oro sobre el mármol dan fe de mi enterramiento. Y debajo: aquella frase de Pessoa que encargué que pusieran: siento el tiempo como un dolor enorme.

Levanto la lápida... y me encuentro con la tumba vacía. Sorprendido, palpo mi cuerpo para convencerme de que estoy muerto, me pellizco las cejas como pudiera hacerlo un disecador de aves, un forense, o como el loco aquel de la linterna que no se encontraba a sí mismo.

Pregunto al sepulturero si sabe de mi desaparición no justificada. Y me contesta algo así como que la muerte es el único problema que no tiene arreglo. Problema sin resolver no es problema, es más bien un castigo, le respondo. Luego él se escapa por la tangente y me suelta un in pulverem reverteris, palabras que nunca terminaré de comprender.

Y al igual que las hojas de la parra enrojecen de rabia en otoño porque se resisten a morir, yo me desangro con mi eterna manía de seguir vivo en cada instante.

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