Hasta ayer aún podía tocar con mis manos los recuerdos que moraban en la casa de mis padres. La puerta de la entrada con su ruido resquebrajado me hablaba como siempre, a pesar de no vivir nadie en ella. Mis padres hace años que murieron. La casa, aún estando vacía, llenaba de mariposas los rincones de mi vientre cada vez que por allí pasaba.
Los carraspeos de mi padre sobre el lavabo del aseo y sus toses de nicotina traspasaban la ventana del cuarto de baño que da al viejo tejado. Los pliegues de la cortina del dormitorio sonreían al aire de mis pasos ensimismados, evocadores. Al volver de la escuela los enlucidos del zócalo de la escalera rezumaban cal blanca, olores de infancia. Y aún veía las manos de mi madre repasando con dedos curiosos los puntos del bordado de la colcha de sus hijos.
La consola azul claro heredada de la casa de la abuela con el mármol picoteado por los años en el rincón del corral pintaba mis ojos del color garzo de tres generaciones. Cada vez que hasta ayer vine a la casa de la calle san José me gustaba abrir el cajón de este viejo mueble y ver la caja eterna de los hilos, las tijeras, los mismos botones, carretes y agujas, las mismas noches de luna dulce y tranquila. El arca con sus patas escoradas, la maleta de cartón con sus iniciales jotaese arriba en el altillo...
Esta mañana una valla de obra me impide el paso a la casa. Albañiles con pico y pala derriban paredes y tejado, abaten recuerdos, olores y pisadas, voces y besos. Pido permiso al encargado para rescatar de los escombros un cuadro que veo tirado en un montón de runa. En este cuadro del marco negro, madre en una apacible barca sobre mar de espumas mantiene sobre sus faldas a una niña, mi hermana de ojos vivos.
Este cuadro de tanto verlo en la pared del salón de la casa de mis padres pasó entonces inadvertido. Desconozco el autor, la identidad de sus personajes. Su valor será irrelevante. Mis pobres padres no frecuentaban pinacotecas ni subastas de arte. Bastante tenían con darnos de comer. Y es ahora cuando me agarro a este cuadro como a las saetas del tiempo. El fetiche de cualquier otro objeto recuperado de las ruinas de esta casa habría tenido en mí los mismos efectos significantes. Y un flash back, un pantallazo, me resume y me aclara en un segundo el sentido olvidado de mi infancia.
Y de nuevo regreso a mi casa de ahora, y cuelgo como un tesoro esta pintura en las paredes de mi cuarto. Sólo después de haber vivido aquellos días -hace ya más de cuarenta años-, cuando siento lo mucho que gocé en aquella casa de la calle san José. Como si para vivir y disfrutar fuese necesario hacerlo con la retrospectiva del tiempo.
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