domingo, 30 de octubre de 2011

Flores negras



A media noche los muertos se levantan de su tumba y con sus penas a remojo riegan las dendritas de los cipreses callados. Los difuntos entre suspiros sobrecogidos rocían los claveles con lágrimas de cenizas. Y mientras la luna enmarañada en una nube viste sus esqueletos de gasa espesa, el blanco y el rojo de los labios de estas flores se alimentan de la muerte. Con el estiércol de sus agonías enterradas las ánimas abonan los crisantemos. Y sus pétalos son como la cara de la joven embarazada que dio la vida por la criatura que florece en sus entrañas.
Negras como la pena negra debieran ser estas flores que engalanan los nichos de este camposanto. Ningún florista logró injertar la rosa negra. Y es que las flores nacieron para alegrar con sus colores el dolor; y no para entristecer sepelios y enterramientos.
Hoy le traigo un ramo de flores blancas a mi madre, que no coronas, que ya me lo advirtió antes de morir:
Hijo, nunca me pongas coronas, que con la de espinas ya tuvo Dios bastante.
Quito las flores viejas, y de los dos ramos que traigo, uno nuevo y flamante lo pongo sobre su lápida. El blanco de la losa abraza el manojo florecido con sus manos de jaspe, al igual que lo hace el sol con las letras doradas de su nombre. Y una nube enredada en la greña de una cruz se retira humilde dejando abierto el paso a la luz de la mañana.

Y recuerdo aquellos versos:
Antes de que el alba abriese
sus capullos de azahares
segadas tienes las mieses
con tus alegres cantares.
Cojo el otro manojo de rosas y lo pongo encima de la losa de al lado, la que está sin estrenar, aún no hay nadie metido en ella. Pero hace tiempo que ya puse mi foto y grabé mi nacimiento en ella. Dejé un espacio en blanco para que los que detrás vinieran pusieran en él el día de mi último aliento.

Y es que desde que oí aquello de que hay que morir siete veces para aprender a vivir, yo todos los años traigo flores negras a la que será mi tumba. Y de paso, rosas blancas a la tumba de mi madre.

1 comentario:

  1. Es un texto precioso, Juan que bien escribes,dominas a la perfección el uso y la riqueza del lenguaje...

    No me gusta ir al cementerio, aunque voy y hago lo que dice mi madre, adecentar (limpiar) y cambiar las flores, al menos una vez al año.

    El otro día vi un jazminero lleno de jazmines en uno de los pasillos aledaños a las tumbas. Tú me lo has recordado.
    Besicos.

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