El otoño de la tarde pinta de grana el porche de la casa. De mis ojos nacen imágenes, hojas desparramadas de parra virgen. Y me siento amo y señor del rubor de esta visión. Y tu corinto enciende mi piel sedienta de belleza. Siento la parra mía a pesar de ser tuya la idea, la casa, la huerta, tus uvas y el parral ¡Pero soy yo quien bebe de tu vino, el licor que me estimula y sublima!
Y acto seguido recibo de una editorial la propuesta de participar en una antología con miradas, flashes, fotos de mi autoría:
La forma más práctica para conservar el derecho de sus fotografías es publicarlas en un libro. Esa será la prueba fehaciente de que la obra es suya.
No es mía, señores, la parra, ni tampoco el tema que me sugiere la apasionada gama morada y verde de su desmelenada cabellera. Pero esta tarde al igual que el Elfo Patata de Nabokov al salir a la calle después de haberse enamorado de Flora supo que la ciudad entera había sido creada para él, yo pienso lo mismo que el enano, que las hojas de esta parra desde siempre me han pertenecido.
Y de nuevo confundido. Como aquella vez que quise apoderarme de tus ojos, de mis textos, de tu vida.... Conforme guardaba su brillo y resplandor, tus hazañas en aquel archivo oscuro del hórreo de mis posesiones y cosechas, iba perdiendo tu amor, tu luz y aliento.
Y de nuevo confundido. Como aquella vez que quise apoderarme de tus ojos, de mis textos, de tu vida.... Conforme guardaba su brillo y resplandor, tus hazañas en aquel archivo oscuro del hórreo de mis posesiones y cosechas, iba perdiendo tu amor, tu luz y aliento.
¿Qué loco embotellaría tu mirada en el registro de su propiedad? La bodega entonces de tu embocado otoño quedaría agriada y revenida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario