Como quien recibe un contratiempo Carvallo apretó los puños con rabia. Siempre que llovía al detective se le complicaban las cosas. Aquella tarde lo hacía a cántaros. Desde la ventana del segundo piso de su despacho del Paseo de Gracia, de no haber estado tan absorto en su conversación con el profesor Vedral, hubiera visto como el agua bajaba en tromba, lenguas superpuestas y entrelazadas, marisma de átomos en arremolinada confusión por el estrecho callejón de san Jordi hasta desembocar en la Rambla.
Después de hora y media de argumentos y refutaciones, por fin Vlatko Vedral conseguía convencer a Pepe Carvallo de que el asesino pudo estar en dos sitios a la vez: en el lugar del crimen, en la portería del edificio de la Tabacalera, donde aquella mañana hallaron el cadáver de aquella pobre muchacha; y al mismo tiempo en Puerto Augusta, a dieciocho mil kilómetros de allí, en las antípodas de Barcelona, según las muestras de ADN encontradas en una colilla de cigarro que el presunto homicida dejó aplastada en el fondo de su taza de café en una taberna de aquella ciudad.
El profesor de Oxford, una vez más, insistente como la lluvia que aporreaba sin cesar los cristales de la ventana, le repitió al detective:
Pepe, no te atormentes. La incertidumbre está en la esencia de toda la realidad que somos y que nos circunda. Si según el Principio de Superposición cualquier átomo puede estar a la vez en muchos lugares distintos ¿cómo podrías tú atrapar al asesino?Mientras el de Oxford hablaba y sugería, Carvallo pensaba que en tiempos de su abuela Pepa era imposible imaginar que si ahora eran las cinco de la tarde, pasado seis meses, a esta misma hora, serían las siete, por aquello del ahorro energético. El tiempo de las cosas por aquel entonces era intocable. Podíamos mover la mesa del comedor, y sacarla al patio en verano; pero el cambio de las horas, lo mismo que el poder de omnipresencia, sólo estaba reservado al divino relojero. En esto estaba el detective cuando, como salido de una revelación bíblica, le dice al Físico:
Hasta hoy, con su don de ubicuidad era Dios el que jugaba al escondite con una humanidad acorralada, mañana serán los átomos los que con su poder de superposición y entrelazamiento, con su acción fantasmal a distancia, llevarán loco al juez de este caso. Si yo fuera un átomo (que lo soy), con poder de bilocación simultanea burlaría a la muerte, a no ser que la misma muerte fuese también un compuesto atómico. Entonces mi escapatoria sería imposible.
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