Sentado bajo el oro de sus alas, como aquella vez primera que los destellos de sus granos y fotones amanecieron mi mirada, extasiado le dije yo al parral de la cabaña de mis horas muertas, y por ende, vivas:
Soy la parra que me cubre; soy tu sombra; soy el verde de tu luz, la que retalla las hojas del aire que me tiene vivo; tan dentro del licor de tu bodega me siento y miro, que me confundo contigo, y soy tu frescor, tu vino; tu paladar: mi trigo; y yo soy tú, de mi adeene extrañado y desasido. ¡Y qué mística tan holística, y divina borrachera!Y al instante el parral, cual un otro Paulo Coello a la contra y descreído, disconforme y sorprendido, dejó caer de los racimos el jugoso decir de su espirituosa esencia sobre el deslizante y discursivo alambique de mi cabeza hueca:
Gracias, Blao, te doy por el cumplido; pero no busques en mi cobijo el sustituto de tu ser ignorado y aburrido. ¡Que cada palo aguante su vela! Y es conocerte a ti mismo tu destino, sin renunciar a tu líquido y presencia. ¡Que no somos, amigo, dos en uno!
Recuerdo cuando era niña ir a casa de mis abuelos paternos a la huerta y sentarnos a tomar el fresco debajo del parral...
ResponderEliminarUna reflexión muy buena debajo de esos racimos que hablan al estilo de ese señor que nombras
Besicos.
Tengo alabanzas para el humor negro y no puedo más que sacar de mi morral y darselas en puños. un abrazo querido amigo de años Rub
ResponderEliminar