sábado, 6 de agosto de 2011
Vacío congénito
No hay jardín, ni siquiera el del Paraíso que no tenga extremos, lindes, o antípodas. El centro no existe, es la nada. Como tampoco la virtud es posible; ni es zona intermedia, ni lugar de encuentro, ni ágora, ni cátedra, ni plaza, encrucijada, ni cielo.
Tampoco el pecado cayó de un árbol.
La moral? Un invento capitalista en beneficio de la producción y el consumo, finiquito del planeta.
Sólo la confrontación, la luna contra el sol, satán contra dios. El sol nace a media noche y las estrellas lucen de día.
Y si acaso la palabra quisiera convertirse en árbitro o hermanamiento entre el averno y el cielo, bien sabe el "logos" que tiene su batalla perdida. Pues la victoria, el vencedor de la vida es la muerte, el silencio.
Y lo nuestro, este aquelarre de letras: ¿una rabieta angelical, una quimera diabólica?
¡Que no, mis meigas, que no!
¡Que no, chamanes, que no!
Que nuestra danza, nuestra babel prosódica, ni tiene ritmo, tampoco violines, ni cadencia; sólo un bombo grande como una caldera de fuego con un timbal como una culebra y entre el tambor gigante y el ofidio, los dos en estruendoso final, dan por concluida esta partitura olográfica, música callada, con su calderón eviterno de un mutis interminable, nuestro vacío congénito.
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