martes, 2 de agosto de 2011

Las uvas del recuerdo



Desde la nostalgia de aquel presente que se me escurrió en la boca, saboreo hoy mejor las uvas de tus labios derretidas en el fluir del ayer a pedazos. Más consistente es para mí el recuerdo, lo añorado, lo universal, que lo concreto in re, según el decir escolástico. Mil pájaros volando me enternecen más que uno sólo en mi mano apretada. Y es que es más mío lo que perdí, que lo que tengo, porque en el pasado te conservo intacta, y en el futuro te recreo etérea. Como si en el deseo estuviera la fruición, más que en su logro.

Eso pensaba cuando con detenimiento me regodeaba viéndote allí sentada junto a la ventana. Yo estaba detrás sin que notaras mi presencia embobada, sin que te percataras de mi extrapolación en el tiempo alocada. Quise disfrutarte por haberte querido, más que lo que te quería en ese momento o te quiero ahora.

La curva de tus hombros, el rizo desordenado de tu pelo acariciando por debajo del lóbulo de tus orejas tu carne blanca, tu espalda recta; y ese vestido azul que cabalgaba transparente de arrugas sobre tu cuerpo sagrado, de sacerdotisa romana, era eterno.

¿Qué hubiera sido de mi instinto truncado, de mi boca sin tus labios, sin los dulces granos de tus días? Y aprecié tu tenencia, tu hermosura, mi egoísmo, pensando en la amargura de mi vida si no te hubiera tenido.

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