lunes, 27 de junio de 2011

Tinta, el perro de doña Celsa



Tinta era el perro de mi vecina doña Celsa. Esta mujer echa en falta al animal más que a su marido, que también se murió el pobre; pero cada uno a su tiempo.

El Calandraja, así llamábamos todos al forúnculo de doña Celsa, se murió de repente. El Tinta en cambio, como todos los animales que andan sobrado del cariño de sus amos, se murió de viejo. Tanto el hombre como el perro hoy se pudren bajo tierra, allá detrás de La Loma del Buitre, que es donde el cementerio se desparrama como la grama dispuesto a cubrir a todos los que vivimos monte abajo.

El sentimiento que Celsa guarda del Tinta no tiene precio, está cargado de recuerdos. Que aún me tiene el perro cogida el alma, y ya va para dos años años que lo enterramos -le dice enternecida a su nuevo novio el Cornicabra.

Y es que doña Celsa tiene motivo de agradecimiento para su perro. Más y mejores servicios le prestó el perro en vida, que su marido el calandraja coleando. Y es que los animales a veces son más correspondidos que las personas. La mujer todas las mañanas le preparaba al Tinta su buen tazón de sopas con leche. Mientras que a su marido a voces le regañaba por salpicar con sus orines la taza del váter.

Nada más morir el marido, su mujer la Celsa, al domingo siguiente, ya está dale que te pego a los cartones de la lotería en el bar del Brandis haciendo manitas con el Cornicabra, el ganador del concurso del lanzamientos de huesos de olivas. Y entre ficha y pasamano, más fresca que una lechuga, le dice la viuda al escupidor de huesos:
El miedo es libre y cada uno bebe el que le da la gana. Mi marido se hartó con sólo una cucharadita.
A los diez años de casados la Celsa se quedó embarazada. Para el marido el preñado de su mujer le vino de refilón. Sinceramente no se lo esperaba. El Calandraja no sobrevivió al alumbramiento. Hay quienes nacen con seis dedos, tres riñones, cuatro patas; hasta terneros con dos cabezas vi yo un día en la feria del ganado. Los hay también que vienen al mundo sin hígado, y otros incluso sin corazón, que van por ahí dando palos a diestro y siniestro como energúmenos salidos del Infierno. Pero aquel aborto de la Celsa no tuvo parangón.

Los análisis que hicieron del feto fueron contradictorios. Ningún comadrón pudo aclarar con certeza a que se debía tan extraño parto. El de la Mutua dijo que se trataba de un gen de la cadena hereditaria de la especie humana que desde siglos se había encasquillado en una célula embrionaria de doña Celsa dando lugar así a un espécimen antediluviano. En cambio el forense de la seguridad social no dudó en establecer un cierto parecido entre la boca del muévedo y el hocico del Tinta. Quien no pudo decir nada sobre este tan discutido asunto fue el Calandraja, que nada más ver tal engendro licantropiano, la palmó. Allí mismo se quedó el marido, patitieso en el suelo, como un pajarillo muerto delante de las fauces de su voraz depredador.

La Celsa, en el poco tiempo libre que le queda después de sus partidas al bingo con el Cornicabra, reza a Dios por su perro ¡y cómo lo echa de menos! Y en cuanto a su difunto esposo le comenta al Cornicabra:
Dios guarde al Calandra en su gloria, y por mucho tiempo, y que le retrase para nuestro bien lo más posible su resurrección. Que allí donde esté, siempre estará más seguro y socorrido que aquí en la tierra expuesto a cualquier sobresalto inesperado. Que cuando no te ponen los cuernos o una bomba de destrucción masiva en la misma puerta de tu casa, te rompen los cristales de la ventana para robarte el mando de la digital terrestre.
Más bueno fue su perro con la mujer que su santo el Calandraja. Y si no oigan lo que en estos momentos la Celsa le cuenta bien apretadita al Cornicabra en un rincón del bar del Brandis:
Nunca te podrás imaginar lo percatado que fue el Tinta. Un día andaba yo como una loca buscando mi monedero para ir a la botica a comprar aceite ricino para aflojarle al Calandraja sus apreturas y espasmos, y ni necesité siquiera pedirle a san Donato que me socorriera. Al instante allí estaba el perro con el billetero encontrado en la boca. Un cielo de perro. Cómplice y fiel encubridor. En cambio el Calandra siempre estaba de pelea con el Tinta. Y su razón tenía. Cuando el perro no le escondía los calzoncillos, lo apalancaba contra la cuadra sin dejarlo salir mientras tú y yo...
Ya va para cinco años lo del aborto de la Celsa. Hoy precisamente he ido al cementerio a llevarle flores a mi madre. Su tumba está justo al lado del panteón donde enterraron el aborto de la Celsa. Y allí mismo he visto que ha brotado una olivera que ni os cuento, abarrotada está de aceitunas.

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