La conmiseración del escritor olvidado, melancólico, y cercano siempre a la marginación y al infortunio, a los desesperados, a los excluidos, ¿revela la pusilanimidad del hombre que se recrea en el sufrimiento, no sólo ajeno, sino sobre todo, aún sin saberlo, en el suyo? Un desenmascarado masoca anónimo, que al contemplar sus creaciones, cual dolida parturienta, exclama a gritos:
No hay alegría que duela más que el llanto de un hijo.Y frente al escritor profesional de levita y cuello duro, el andrajoso que escribe sin oficio, suele ser camionero, un oficinista en paro, un recluso, o empleado de una tienda de calzado. Y se tira al ruedo de la literatura sin miedo a la cornada del lector cómodamente instalado tras el sofá de su lectura, descomprometida e inmune; se lanza a la plaza de las editoriales asqueado de la crítica burguesa, del agente literario acreditado. El escritor entrampado a tiempo parcial entre la subsistencia y el hastío, no tiene el honor de que le llamen maldito, aunque malviva entre cartones, sea ateo y republicano, amigo de herejes y putos, drogadicto. El escritor de poca monta no escribe desde el clásico café de la calle Mayor ajardinada, sino desde el infierno, desde la promiscuidad de su contradicción a cuesta, a golpes de sátiras y epigramas, a tragos de vino barato regado sin el sinsabor de la fama. Y a falta de historias meritorias y leyendas dignas, sólo le queda la inculpación, la ironía, confesar en público su derrota, derrota que al decir de Rubalcaba, no hay ninguna digna de la que pueda enorgullecerse un escritor reaccionario. Y como el error del escritor olvidado es no saber sacar sus personajes a flote, fraguarles una vida como merecen, se declara defensor de causas perdidas, un antipoeta.
La escritura para él no es ocio, ni pasatiempo, placer ni entretenimiento, sino hurgar y hurgar en su propia herida, la herida de su rendición y fracaso. El dirá que su escribir es un compromiso, una vocación que cual cirujano se afana en extinguir los tumores de la sociedad exclusiva, excluyente, opresora, que arrincona a las cloacas a los desposeídos ¡Mentira! Sus palabras son balas, las balas de su guerra perdida.
Y puesto que sus personajes no pueden ser reyes, ni vencedores, los hace tramposos, haraganes, perseguidos, antihéroes, tullidos, buscones. Y en lugar de perfumar sus páginas con el aroma de la pleitesía, el verbo florido, la alabanza, la magia, y el encanto, los envenena con la cicuta de su rabia encabritada, con descripciones lúgubres, viste a sus protagonista con adjetivos malolientes, nauseabundos, ultrajantes, y los llena de tiznajos hasta hacer que parezcan sus caras culos de higos agusanados.
Y ya no es su imaginación, ni la envidia, la que mueve el arte de sus palabras, es el dolor y su increencia. Tal vez el escritor no escribiría así, si las cosas le fueran bien. Y su compromiso nace del despecho y arremete contra todo lo que se menea. Y llega a decir y a lamentarse:
"Estoy, pues, como antes de soñar: sin nada o peor, porque ni sueño tengo." (Roberto Mariani)
Aunque no me gustan este tipo de regalos,me he visto obligada a repartirlos, tú estás en el reparto.
ResponderEliminarEspero me perdones.
Besicos.