jueves, 5 de mayo de 2011

Mi niño perdido




Tengo ya más de sesenta inviernos sobre mis espaldas dobladas; y esta mañana es la primera vez en mi vida que me entretengo sorprendido, libre de prisas y recados, refocilándome con esta nadería. Y vengo a contaros aquí esta nimiedad. Si no la “largo” es como si no la hubiese vivido. Así que disculparme por echar hoy el carro por el pedregal de mis niñerías perdidas.

De pequeño, yo ya fui muy mayor. No tuve tiempo de regodearme en chiquilladas. Las precariedades de aquella época de posguerra y dictadura castigaron mi infancia con un duro y largo noviciado de compromisos prematuros.

Nunca pude recrearme en el sonoro azarbe con el croar de una rana entre mis manos palpitantes, despilfarrar mi ensimismado niño en el tejer de una araña, correr detrás de una salamanquesa para cortarle su electrizado rabo. El crudo realismo de una vida anticipada se encargó en deshacer el peculiar encanto y magia que borda el sedoso tapiz del alma de todo niño. Tal vez de ahí, el ceño de mi frente amargada, el ir contra corriente y con el paso cambiado, estresado y a destiempo. Quien no ha sido niño, es muy difícil que pueda llegar a ser hombre.

Por eso hoy vuelvo a mis andadas de chiquillo.

Podando a la sazón los naranjos, encuentro en el recoveco más apartado y espeso, allí, donde la rama quiebra, en la cruz del árbol, un nido de merlas, regazo idóneo e idílico, con tres huevos. Me deshago de las tijeras, mando al carajo las obligaciones del día, y sin que la conciencia me recoma, me empleo ocioso toda la mañana en la contemplación de esta maravilla. Procuro contener mi respiración para no contaminar el sagrado lugar. Me encojo haciéndome el invisible para no ahuyentar a la mamá pajarillo. Y aquí escondido y alejado de prosopopeyas, grandezas y adjetivos, intento no hacer ruído, no dejar huella, pasar inadvertido para no estorbar el quehacer milagoroso de la naturaleza, para no espantar la creación alada de su instinto.

Las cosas importantes a veces son las más sencillas, y se nos muestran inesperadamente con el mayor de los sigilos, en la recámara del silencio de una mañana de primavera recluido entre ribazos, árboles y tomateras.

5 comentarios:

  1. Dejemos salir al niño que todos llevamos dentro. Precioso.
    Un saludo.

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  2. Tenemos que sorprendernos siempre, es una forma de parar el tiempo y ser feliz.
    Un abrazo fuerte desde mi Librillo.

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  3. que nunca se pierda tu alma de niño y te sorprenda hasta la eternidad, esta asturiana te manda un besin muy grande.

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  4. Espero que puedas llegar a ver esos piquitos hambrientos muy pronto como premio al niño tardío.

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  5. La tierra nos regala árboles; los árboles nos proporcionan sombra y frutos, pero los árboles son, en especial, solar para que las aves construyan su vivienda sin hipoteca.
    ¡Viva la madre tierra y la naturaleza en estado puro!
    Sigue, Juan, jugando a ser niño de nuevo, porque aquella niñez de antaño no nos permitió ni siquiera tocarle los huevos a los pájaros.
    Un abrazo
    José María

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