miércoles, 23 de marzo de 2011

El Banquete de Platón (II) Diotima



(El Banquete de Platón II)


Sócrates, deslumbrado por la elocuencia de sus predecesores en celebrar el Amor, tentado está de permanecer callado. No es un hombre al que le guste rivalizar en oratoria con sus amigos. Puede que Sócrates sea un aguafiestas, un estoico, sofista, o tal vez un vulgar desañilado; pero no es mudo ni vanidoso. Y si se trata de averiguar la verdad del Amor, Sócrates, como infatigable filósofo, no se resiste a guardar silencio.

Y comienza poniendo en entredicho a sus contertulios:

Decidme, amigos, ¿el amor es el amor de alguna cosa, o de nada?
Que es lo mismo que si hubiera dicho: el amor es un engaño, una ficción. Pues nadie desea lo que ya tiene. Amar es querer lo que nos falta.

Y es entonces cuando Sócrates cuenta a sus amigos que un día fue a Mantinea, a casa de Diotima, mujer muy entendida en cosas del Amor, y ansioso le pregunta:

¿Dime, Diotima, qué es el Amor?
Según esta mujer, si el amor está privado de lo bueno y de lo bello (y por eso lo busca), no deber ser divino. Y le responde al ateniense:

Que sepas, Sócrates, que el amor es un demonio, un medianero entre los dioses y los hombres. El Amor es hijo de Poros y Penia, los padres de Venus. El amor es pobre, como su madre, sin sandalias, desnudo, sin domicilio; y cazador, como su padre, siempre en busca de lo bello.
La belleza, si fuese pasajera, no colmaría los anhelos del amor. Por ello el amor es cabezota y desea a toda costa hacerse con lo que nos hace felices.

Y Diotima sorprende más aún a Sócrates diciéndole:

No es la belleza el objeto del Amor
Y le replica ahora desconcertado el mayéutico:

Entonces, ¿qué?
Al igual que el desierto se desvive por el agua, el mortal delira por la inmortalidad. La inmortalidad, ¡ese es el objeto del amor! -responde ahora la mujer.

Y poseídos somos todos del deseo de crearnos un nombre que nos trascienda, de poseer para siempre la belleza.

Luego Diotima se explaya sobre si la belleza es eterna, absoluta; y que si hay algo por lo que merezca la pena vivir, es por llegar algún día a contemplarla, no revestida de carne, ni de colores humanos, sino como es ella, pura y simple. Y en caso de que alguien así lo consiguiera, alcanzaría sin duda la inmortalidad. Pero visto lo visto, eso es otra historia todavía por demostrar, y sobre todo por ver y gozar.

Y fue entonces cuando el que comenta El Banquete, cayó en la cuenta del significado de la expresión amor platónico.

1 comentario:

  1. Esta incursión, con sus devaneos filosóficos, está convirtiendo a Blao en un clásico platónico. Un placer, como siempre, Juan, apreciar la fortaleza y serenidad que imprime Blao en su sesuda y reflexiva pluma.

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