Entonces cayó el fuego de Jehová,
y consumió el holocausto,
la leña, las piedras y el polvo,
y lamió el agua de la zanja. (1 Reyes 18:38)
La tromba de fuego lanzada por la maldición de los cuernos erizados del monte entró a saco en la ciudad. Y sus habitantes, como ganado acorralado por el látigo del viento, se refugiaron despavoridos en el polideportivo, a las afueras del casco urbano. En una gran esplanada abierta en la llanura y alejada de la sierra encendida, allí se concentraron los vecinos mientras que las lenguas de fuego eran acalladas por una patrulla de voluntarios. Toda una noche de angustia y desasosiego.
Donde mayor destrozos causó el fuego fue en el centro urbano. Tanto el casino, como el teatro y el Monte de Piedad fueron totalmente arrasados por las llamas. De ellos sólo quedaría su esquelética fachada renacentista. La Iglesia también fue tocada, pero no con tanta virulencia, debido a su fornida construcción románica. Las llamas entraron en el templo y devoraron bancos y retablos. Y hasta la cripta donde está enterrado el patrón de la ciudad, san Perulín del Monte, en el altar mayor, llegó la furia incendiaria. Pero la intervención del Santo detiene la cólera de las llamas. Todos los habitantes salen ilesos. Tan sólo unos arañazos de humo por las ranuras de la cripta donde reposan los restos sagrados del divino protector San Perulín.
Al cabo de un año finalizan las obras de reconstrucción de los edificios dañados. El obispo decide oficiar una misa de acción de gracias. Y como colofón: que una procesión con los restos del santo Patrón recorra las principales calles de la ciudad.
Dos días antes de la celebración litúrgica el sacristán saca de la tumba los restos del Santo. Tiene que acomodarlos en la hornacina de plata que será expuesta a la veneración de fieles y devotos. Luego tras la celebración eucarística bajo palio y en carroza el milagroso relicario de san Perulín se paseará por plazas y avenidas vitoreado por las oraciones de todo un pueblo agradecido.
Pero el sacristán al abrir el sarcófago de la cripta se encontró con unos huesos que en nada se parecían a la osamenta de un varón muerto hace cuatrocientos cincuenta años en olor de santidad. El cabildo entero al frente de un erudito antropólogo de la región se personó en el lugar. Y todos pudieron comprobar que entre los restos sobresalía por su perfecto estado de conservación el cráneo al completo de un carnero adulto, y para más inri: hembra. Y fue el obispo el que allí mismo se pronunciara solemnemente:
Puede que estos restos no sean los de nuestro patrón, pero la fe de este pueblo en el santo a lo largo de muchas generaciones ha permanecido incólume; ésa sí es la misma. Por lo que decido que las cosas sigan como están. Y en virtud de la renovación que nos exigen los tiempos que corren, tan sólo una modificación: San Perulín del Monte gozará de una nueva advocación. A partir de este momento nuestro santo patrón será venerado también como San Cordeiro del Monte Fogoso.
¡¡¡Halaaaaa!!! Vaya historia surrealista, me ha dejado asombrada, atónita y espeluznada.
ResponderEliminarUn saludo