jueves, 20 de enero de 2011

Tramposo el tiempo



Cuando me dijeron, mujer, que envejecer era una humillación, tenías apenas veinte años y una escala azul para subir a la luna. No alcancé entonces el sentido de aquellas palabras. Por eso me advirtieron:
¡Ya llegarás!
Embalados íbamos como una moto, y no aceptábamos de la senectud sus quejas, como tampoco, sus glorias. Y hoy cuando mi batería ya no admite recargas, ni las ruedas, recambio, tampoco la debilidad me deja ver las bondades de aquella vejez soñada junto a nuestros hijos y nietos. La crudeza y el óxido del ocaso embarran ahora la mirada; y aquellos cantos dorados de una jubilación gozosa se han convertido de la noche a la mañana en lamento.

Si supiera que la vejez es una virtud de humildad, un acto del conocimiento, un sometimiento de la conducta, y reconociera sin ambages la verdad de mi cuerpo venido a menos, vulnerable, limitado, dolido e irreversible, saber que nadie me puede ayudar, (ni siquieras tú), sería de alabar actitud tan estoica como sabia.

"Te necesito" te digo. Y tu me dices "al menos nos tenemos por ahora". Esta mañana me has acompañado al médico. Los dos, despacio, no queríamos llegar muy pronto. Presentía lo que me iba a decir:
Lo que tiene usted es un cáncer
Me has mirado y has visto en mis ojos todos los objetos de la consulta detenidos, y los rayos de mi mirada agarrándose a la mesa, al ordenador, a las placas, al diagnóstico, a las manos del doctor, a su cuello, a tus brazos. Y has visto en mi cabreo ese gesto reprimido que acostumbro a poner cuando te dejas la puerta del patio abierta.

Al salir del hospital, para no alarmarte, te he comentado ya he vivido lo suficiente, no tengo miedo a morir; pero tu no me has creído, más bien has visto en mis palabras el orgullo de no aceptar mi pobreza. No hay mayor humildad que la necesidad del otro, sobre todo cuando ese otro no es nadie. Y es más fuerte la humillación de la ayuda que la experiencia de la propia muerte. A mí no me duele morirme, me duele verme un perro sarnoso, y ridículo, y desfigurado por la quimio, compadecido por quien desde la otra orilla me mira como un sonámbulo. A mí lo que me fastidia es que me tengan que ayudar a mear, que me laven como a un niño, que me lleven y me traigan sin decirme a donde, sin pedirme permiso...

Los dos cogidos de la mano, como cuando aún teníamos el sentido de la utopía, nos hemos acercado al hiper. Allí hemos comprado una botella de vino viejo, de solera, de marca, de los años de nuestro mejor noviazgo. También nos hemos aprovisionado de dos codornices. Y ya en nuestra casa, al sol, en la terraza y a la brasa, hemos desafiado a la muerte brindando en esta mañana de invierno.

Luego hemos sacado la baraja. Tu y yo jugamos de pareja contra el tiempo. El tiempo ahora va de mano. Pero el muy lagarto es un tramposo. Y su victoria está cantada por el croupier del casino del mundo.

4 comentarios:

  1. No tengo palabras amigo para alabar este escrito, es precioso; manejas acá las emociones del lector, las mías, y los trayectos que haces de una pareja que a pesar de querer estar juntas por la eternidad, ésta no es posible, me emocioné, lo viví como si se tratara de un film al estilo Fellini, maravilloso escrito.

    Gracias por escribir tan bien.


    Tu amiga

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  2. Tantas veces pienso en esa situación que llegará. Le he dado muchas vueltas a tu escrito y me pregunto si será cierto, si sólo es un ejercicio literario o no y lo más desolador es que no sabría que decirte, que decirme si yo fuese el sujeto-paciente. ¿aceptar? ¿luchar? ¿esperar?
    Dicen que el cáncer no es sinónimo de muerte, que es una enfermedad muchas veces crónica. Hay muchas otras, pero esta nos sigue martirizando como la única metáfora del túnel de la muerte.

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  3. tu bellisimo y triste texto me ha emocionado hasta la inmensidad, muchas gracias por concedernos el honor de ser participe de el, esta asturiana te manda un besin.

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  4. Sé de qué hablas,amigo Juan. Tu manera de decir me acerca a una realidad que permanece en un presente insolente a veces. Reconocernos frágiles y aceptar con humildad nuestra condición también nos engrandece. He recordado "Monte Sinaí" de J.L Sampedro.
    Un brindis y un abrazo

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